28/06/2015 by marioregueira

Juegos de imitaciones

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En mi libro O Silencio, en medio de todos los poemas de guerra, hay uno dedicado a Alan Turing, “la persona que ganó la II Guerra Mundial”, como me he referido a él cuando tengo que recitarlo. La cara de incredulidad del público se va atenuando conforme pasan los años. Turing es uno de esos héroes recientes. Aunque la parte heroica de su trabajo se remonte a los años cuarenta, tardamos mucho en conocerlo, y tardó mucho más en llegar al gran público. Durante décadas, Turing era la persona que había dado nombre al test de Turing, un matemático que había estudiado las posibilidades de la inteligencia artificial y que había muerto en extrañas circunstancias en la década de los cincuenta. Poca gente sabía la dimensión bélica de su trabajo ni el hecho de que la misma sociedad a la que había salvado de la destrucción lo hubiese condenado a la castración química por el hecho de ser homosexual. Su historia, incluso después de ser desclasificada, permaneció en el limbo de los círculos de aficionados.

Lo sucedido con Turing es parte de lo sucedido con otras figuras y forma parte de la ideología social imperante. No sólo con las personas sospechosas de huir de la heterosexualidad normativa, también con las mujeres. Las personas de determinada edad abríamos los ojos ante la posibilidad de que la hija de Lord Byron, Ada Lovelace, fuese considerada la primera programadora de computadoras de la historia o que la actriz Hedy Lamarr fuese la inventora, también durante la guerra, de la tecnología WiFi. También asombraba saber que la radio no había sido inventada por Marconi, como nos habían enseñado en el colegio, sino por un tal Nikola Tesla, un personaje caracterizado también por su ambigüedad sexual.

Creo que es la sociedad de las comunicaciones de los últimos veinte años la que propició que muchas de esas personas puedan ser recuperadas. Recuperadas para el gran público, naturalmente. Figuras como Nikola Tesla formaban parte de la cultura popular, aparecieron en la literatura y en el cine de ficción científica y en géneros considerados subalternos como el cómic (entre otras cosas, como estrafalario héroe Marvel). Algo parecido pasó también con Turing, cuya presencia como personaje de ficción es cada vez más frecuente y juega un papel importante en obras como Cryptonomicon de Neal Stephenson, de nuevo en un género subalterno donde no se oculta la importancia de la opción sexual del personaje.

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Las cosas cambian cuando es la gran industria la que “redescubre” y trata de sacar tajada de la popularidad creciente de estas figuras a las que ignoró durante años. El año pasado se estrenaba The Imitation Game, la primera película dedicada a la gesta que supuso el descifrado de las máquinas Enigma. La película resulta interesante y hace alguna justicia a figuras que de nuevo podrían ser condenadas al olvido, como el cuerpo de mujeres que participaron también en lo que fue una hazaña matemática de guerra. Lo más interesante sin embargo era ver como la industria cinematográfica digería una figura como la de Alan Turing y la cuestión de su sexualidad. Siempre hay una distorsión entre los biografiados y las biografías. Lawrence de Arabia nunca fue tan guapo y Mozart nunca fue el genio histriónico de Amadeus (tampoco Salieri trató nunca de asesinarlo). Aun aceptando esto, no deja de ser chocante que el Turing de la película se una especie de reencarnación de Sheldon Cooper, una figura rígida, insegura y atada a esa especie de superioridad intelectual despótica que sólo manifiestan los mediocres. Muchas personas preguntaban si Turing, al igual que el protagonista de The Big Bang Theory padecía síndrome de Asperger.

La distorsión en la película es inseparable, a mi forma de ver, de la falta de referentes para representar un personaje homosexual que no pasen por el histrionismo o la fragilidad. El Turing real era tímido y arrastraba, desde la infancia, problemas de socialización. Pero también era un excelente compañero, con sentido del humor y una actitud ante la vida que no representaba fisuras en el modelo de masculinidad imperante en aquella época. Seguramente tampoco las representaría en el modelo actual, por lo menos en el que maneja la industria cinematográfica. De alguna forma había que remarcar la homosexualidad de Turing en la obra, y presentar una escena de sexo (como pasa en la novela de Stephenson), no era una opción. De hecho, hay quien sostiene que fue una actitud desafiante hacia las fuerzas de orden la que provocó el proceso por indecencia contra él. Nada que ver con el histérico que interpreta Benedict Cumberbatch. Por otra parte, también habría mucho que decir al respecto de la figura de Keira Knightley, y su papel como mujer excepcional en medio de un grupo de hombres, un rol que invisibiliza a muchas otras mujeres que participaron al mismo nivel en el  descifrado y que sufrieron un olvido similar al que sufrió Turing.

Creo seriamente que algún día se analizara The Imitation Game dentro de esta clave, y que no será la última dificultad de la industria a la hora de representar a los héroes y heroínas populares del siglo XXI, eses que estaban ocultos hasta que una comunidad interconectada los reveló. Por mi parte creo que seguiré prefiriendo al Turing abertamente gay de Stephenson, a la Ada Lovelace de Cris Pavón (seducida por una vampira lésbica), y hasta al Nikola Tesla ahistórico interpretado por David Bowie en The Prestige. Sus errores son otros, pero por lo menos no tienen nada que ver con los tópicos y limitaciones que hoy imperan.

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Mark Twain en el laboratorio da Tesla, jugando a ser superhéroe.

17/05/2015 by marioregueira

Réquiem Gallego 2015

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Hay un cuento del viejo Borges del año 49 titulado “Deutsches Requiem”. En él, un ex-combatiente alemán, enumera, poco antes de su ejecución, los motivos que lo llevaron a apoyar el nazismo en Alemania. En una interpretación mística que no fue ajena la todo el fenómeno ideológico de la época, el protagonista concluye que la derrota de Alemania es en realidad una victoria sobre el mundo. Alemania apareció para imponer la espada y la barbarie y hacer retroceder los valores cristianos. Incluso derrotada, obligó al resto de Occidente a emprender una lucha épica y cenital, dando inicio así a una nueva era. Su sacrificio es un precio pequeño por el objetivo, que no sería otro que salvar la cvilización de la decadencia.

Si la derrota de Alemania daba para hacer cábalas sobre una victoria oculta, mucho más se podría decir del franquismo, nunca derrocado por el poder de la espada. La victoria del franquismo fue saber mimetizarse, acompañar como un fantasma perenne el espíritu de la Transición, volver ciclicamente desde las urnas o las asociaciones ultracatólicas, seguir haciéndose oír desde los tétricos antros donde se siguió y se sigue practicando la tortura (300 casos de los que la O.N.U. dice que el Estado español se niega a informar).

No fue algo muy distinto del que el régimen hizo en vida. Los muchachotes que vitoreaban a la aviación germana o a la italiana preconizaban que Franco saldría de Hendaya dispuesto a lanzarlos contra el resto del mundo, quizá dispuestos a una lucha épica y cenital que habitó para siempre jamás en los sueños del falangismo romántico. Pero Franco supo ir poniendo distintos trajes de camaleón, y en poco más de una década pasaba de posible y entusiasta aliado del nazismo a aliado de facto de los Estados Unidos contra la amenaza comunista. Y de ahí a entrar en la UNESCO, abrir el país al turismo, y normalizar entre comillas su situación con la comunidad internacional, sin por eso dejar de reprimir y asesinar a la población. Algunos biógrafos no pierden la oportunidad de poner el toque xenófobo y resaltar que Franco era gallego y que por eso nadie sabía si subía o si bajaba.

Viendo el documental de Gonzalo Veloso “Contextualizando a Filgueira Valverde” llama la atención como algunos de los invitados destacan algo muy parecido en el polígrafo pontevedrés. Filgueira estuvo siempre donde ”había que estar”: fue independentista cuando tocaba, nacionalista cuando tocaba, franquista cuando tocaba, aperturista después y finalmente demócrata de toda la vida o, si nos guiamos por recientes declaraciones de Alonso Montero, incluso agente oculto del galleguismo entregado a una (muy paciente y demorada) erosión del franquismo.

Filgueira Valverde podría pasar a la historia de nuestras letras como un erudito que traicionó una causa. Nadie disputa lo de erudito, pero parece haber muchas personas e instituciones dispuestas a pasar por alto el segundo. La primera, la Real Academia Gallega, para quien no pesaron lo suficiente todas las opiniones en contra. En realidad, no sorprende demasiado, la Real Academia Gallega y Filgueira Valverde son productos de un proceso similar. El primero se deshizo del fardo de su ideología cuando fue un obstáculo para su supervivencia. La Academia también se deshizo de parte de su pasado para ser, durante los primeros años de la posguerra, una resignada institución con cierto toque folclórico. Tuvo que renunciar al gallego en sus manifestaciones públicas y aceptó, como académico de honra, al gran genocida de su propia cultura, el general Francisco Franco, quizá con el mismo gesto con el que Filgueira lo recibía en sus visitas a Pontevedra. Decía Francisco Castro estos días que no había que tener miedo de decir que Filgueira había sido galleguista y franquista. Es obvio que el significado de galleguismo no es el mismo para todo el mundo, pero también es evidente que, en la interpretación de Francisco Castro, también la Academia debió de ser galleguista y franquista, por lo menos hasta 2009. Hasta ese año (presidencia de Méndez Ferrín) nadie se acordó de retirarle al monstruo ferrolano un título que aún mantienen otros gallegos de méritos bien discutibles en su defensa de la lengua. A lo mejor el propio Francisco Franco, de quien se rumorea que hablaba en gallego con el fotógrafo Manuel Ferrol y que reconocía que le “gustaba” nuestro himno, fuera también un poco galleguista y franquista. Quien sabe lo que depara el futuro de la Academia, a lo mejor no estamos curados de espanto y podemos ver aún Días das Letras que nos dejen atónitos.

Filgueira Valverde. Un faro en la construcción de Galicia. (culturagalega.gal)

Sin embargo, el problema de la institución no se limita sólo la ese peso del franquismo. El camaleón tiene trajes para todo, y sus propios movimientos de “reconquista” estuvieron marcados por dinámicas peculiares. Carvalho Calero y Francisco Fernández del Riego, avanzadilla útil del grupo de Galaxia, van a recurrir enseguida a la constitución de una “familia”, un grupo de presión propio que vaya haciendo entrismo paulatino para acabar por controlar la Academia. Eran las estrategias de la época, pero ellas también representan el triunfo del franquismo y sus políticas de familias y correligionarios, tendentes a un sectarismo que entró en la Academia de forma mucho más estable que lo que marcan los ritmos históricos. El franquismo, como el nazismo del cuento de Borges, triunfó. Obligó la toda la sociedad a mirarse de soslayo, a ver enemigos en cada esquina, a vestir chaquetas para cada ocasión, a procurar contactos e influencias para poder conseguir las cosas a las que habían debido acceder por mérito o derecho. Quien se mueva no sale en la foto, quizá por eso, en una Academia con nombres poco sospechosos de connivencia con lo que representa Filgueira Valverde, (casi) nadie se movió.

No hay que ser un erudito como el homenajeado para saber, a estas alturas del siglo XXI, que existió una política de consentimiento y colaboración de ciertos sectores del franquismo con el galleguismo resistente. La propia Academia sobrevivió a la dictadura porque la dictadura nunca la consideró un peligro, muchos de sus miembros sobrevivieron porque tuvieron padrinos bien relacionados con el régimen, el propio Filgueira Valverde entre ellos. La Academia disculpa el miedo de Filgueira porque con él cree disculpado también su propio miedo. Esas acciones van mucho más allá de los poemas que a Alonso Montero tanto le gustó expurgar, son menos anecdóticas y menos literarias, pero en el nombre de ellas se crearon dinámicas que nos acompañan hasta ahora, como el espectro que ronda el espíritu de la llamada Transición. En el nombre de muchas de esas dinámicas hemos perdido el país y estamos perdiendo la lengua. Una muestra de madurez de nuestras instituciones culturales sería apostar por una óptica amplia, abrir el debate, promover un análisis que enfoque la cuestión sin ambages y sin jugar a crear imágenes patéticas, como la del hombre que llora su cobardía cuando recuerda que no fue a hablar en el juicio de Bóveda y a quien nosotros tenemos que celebrar este diecisiete de mayo. Sin crear santitos a los que, por un año, llevar biblias acabadas de imprimir y velas, y de los que, como se hace en los entierros, está prohibido hablar mal en voz alta.

A lo mejor la propia concepción de la fiesta y sus reglas absurdas invite a eso. El carácter del Día das Letras, su coincidencia en el espacio-tiempo con familiares y testigos fue útil bajo la dictadura, pero también lo arrastramos hasta un tiempo en el ya que no resulta una herramienta, sino un lastre. Lo que se avanza en conocimiento de un autor se pierde en el elogio impuesto, la objetividad no tiene cabida cuando la misión es crear una afirmación entusiasta y un ambiente de celebración, y la crítica es acallada desde las instancias más altas. A lo mejor sea hora, más que nunca, de replantear cómo se van a seguir haciendo las cosas, abrir las ventanas e impedir que esos herederos de otro tiempo, con sus trajes camaleónicos, sigan reproduciéndose sobre un escenario del siglo pasado. El mismo en el que no se contesta la ausencia de figuras femeninas por precaución y respeto. El mismo donde el debate normativo no tiene cabida ni bajo la figura de un antiguo miembro, pero sí caben genocidas en puestos de honra. El mismo que se justifica orgulloso en su propio nepotismo. El mismo en el que traicionar la camaradas de militancia es “lo que toca” porque estamos familiarizados hasta la náusea con el lenguaje de un miedo que tiene casi un siglo de historia.

Joan Fuster decía que lo más repulsivo de los pueblos dominadores es que imponen a sus dominados el espectáculo de su mediocridad insoluble. En el caso del franquismo, y en el caso concreto de nuestro desafortunado país, habría que sumarle el contagio de esa misma mediocridad, el triunfo del mimetismo y de la conveniencia, la victoria cotidiana de los generales muertos, tantos años después, el réquiem inacabable del pueblo gallego.

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Carteles de la Xunta de Galicia contextualizados espontáneamente.

29/04/2015 by marioregueira

La tumba de Leiras

Leiras

Monumento en Mondoñedo

Participé el año pasado en la primera edición de «Mondoñedo é poesía», una apuesta por llenar de versos las calles de la vieja capital de provincia, ese nordeste fértil que tantas y tantas voces ha dado a la literatura gallega y tantas otras ha cobijado entre sus piedras. Lo pensábamos tras pasear por el cementerio viejo: si la máxima de Castelao fuera cierta, y en vez de muertos fueran semillas las que metiéramos en la tierra, Mondoñedo sería un vergel. No es fácil en ninguna ciudad de Galicia ver tantos y tantos nombres en las lápidas históricas. Sin embargo, lo más emocionante sin duda fue durante la parte del recital que transcurrió al pie de la tumba de Leiras (bien ataviada con las rosas rojas que él pidió sobre ella)

Alguien de la organización me explicaba por qué la tumba de Leiras está donde está, en lo que parece la puerta principal del cementerio viejo, un poco antes de las escaleras que dan acceso al recinto en sí, en un apartado que después se reservó para los niños. «Esto originalmente era extramuros del cementerio original, Leiras fue enterrado fuera del suelo sagrado». Era evidente, Leiras Pulpeiro, científico, republicano federalista, masón y furibundo anticlerical no obtuvo el derecho a entrar en el recinto controlado por la iglesia católica.

«Cuentan que el día de su entierro, un grupo de labradores saltó el muro del cementerio y echó tierra con las palas para fuera. Así, incluso desterrado, Leiras podría yacer bajo tierra consagrada». La imagen era tan poética que no pude evitar representarla mentalmente, un grupo de jóvenes desafiando el frío de aquel invierno de 1912, y desafiando también algo más, la misma estructura religiosa que había ahogado al vate de Mondoñedo y que conservaba su poder prácticamente intacto en aquella altura del siglo XX. Mucho debió significar para el pueblo una figura como la de Leiras Pulpeiro, tanto que, en un último homenaje decidieron arriesgarse a darle al difunto algo que el propio difunto, sin duda, no apreciaría tanto como ellos: la tierra sagrada que no se le debe negar a nadie. Quien dijo que el pueblo no reconoce a sus poetas?

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Leiras y familia

En mi formación siempre me representaron a Leiras como un paisajista, una denominación que aún conservo como un tic. La escuela paisajista mindoniense, iniciada por Leiras Pulpeiro y Noriega Varela. Tardé algunos años en saber que Leiras y Noriega eran figuras políticamente contrarias, y más aún en saber que Leiras Pulpeiro había sido un auténtico rebelde durante el Mondoñedo del siglo XIX, médico de los pobres, capaz de enfrentarse al estamento eclesiástico, pero también de participar en la creación de uno de los primeros proyectos de «Estado gallego» y de ser uno de los pocos (si no el único) en contestar a los versos eternamente censurados de Rosalía de Castro con estos otros:

E así son sempre pra España/ os patrucios desta terra/ esquencida, que española/ nunca chamarse debera.

Y así son siempre para España/ los patriarcas de esta tierra/ olvidada, que española/ nunca llamarse debiera.

Seguramente nunca llegaría a apreciar de este modo la figura de Leiras si no fuera por las compañeras de «Mondoñedo é poesía» y por aquella jornada, rica en anécdotas y en momentos significativos, rodeados siempre de los paisajes amados por Leiras Pulpeiro, Noriega Varela, Álvaro Cunqueiro y tantas otras figuras de primera fila que decidieron nacer en la vieja Mondoñedo. Y aunque este año no pueda acompañarlos, estoy seguro de que el programa del próximo 1 de mayo (durante las fiestas de As Quendas) volverá a llenar las calles de la antigua capital con lo mejor de nuestra cultura. Porque, al contrario de lo que dijo Castelao, nunca enterramos semillas junto con los muertos amados, pero hay jardineros audaces que pueden hacer brotar un nuevo vergel con sus simples palabras. Incluso reproduciendo en un caluroso día de mayo la poética valentía de un grupo de labradores en el invierno de 1912.

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La tumba de Leiras Pulpeiro en el Cemiterio Vello

12/04/2015 by marioregueira

Año Lois Pereiro

Casa da Cultura

Volvemos a Monforte en el comienzo de otra primavera para participar en los actos que dan el nombre de Lois Pereiro a la Casa de la Cultura y a la Biblioteca Municipal. En un país tan dado a los olvidos como este no deja de ser un triunfo colectivo que una figura como Lois perpetúe su memoria en la cabecera de los centros culturales de su ciudad. «Mucho mejor que un paseo marítimo o un buque de guerra» decía Xosé Manuel Pereiro en el acto. Y por supuesto mucho mejor el nombre de un poeta que el de un título nobiliario (Conde de Lemos, hoy en manos de la Casa de Alba), tal y como algún grupo político propuso.

Fue inevitable recordar ayer el 2011, el año en el que el fenómeno Lois consiguió revolucionar una fecha en riesgo permanente de anquilosamiento como es el Día de las Letras Gallegas. A pesar de que ciertos sectores sociales consideraron polémico que un autor apegado a la marginalidad urbana como Lois Pereiro protagonizara la gran fecha de la cultura gallega, lo cierto es que hoy, cuatro años después, el balance que quedó no puede ser más positivo. Por primera vez en décadas las Letras Gallegas implicaron en su fiesta a toda la sociedad. De las casas okupas a las salas de la Academia, y de los actos oficiales a los bares y pubs. No fue sólo casualidad ni fue el secuestro académico de un poeta popular. La figura de Lois fue siempre la de un autor con un noción culta de la creación literaria que sin embargo (y a diferencia de la mayoría de sus compañeros de generación) nunca dejó de entender que la cultura popular también era cultura

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No sabemos que puede dar de si el «Año Lois Pereiro» con el que el ayuntamiento de Monforte completó su homenaje al autor, sin embargo, seguramente no seré el único en verlo como una oportunidad para remontar un año cultural que, hasta hace unas semanas, parecía que sería tétrico y terrible. Tras unos años de recuperación innegable del contacto con la población, la Real Academia Gallega escogía para 2015 la figura de Filgueira Valverde, un autor que colaboró activamente con el franquismo, y por tanto, también con el genocidio cultural que este efectuó sobre la lengua y el pueblo gallego. Por primera vez, y a pesar de no ser la primera figura polémica que pasaba por el 17 de mayo, varias asociaciones culturales se negaron a conmemorar a un autor escogido para el Día de las Letras. Sin embargo lo que más abundó y lo que más preocupa es el silencio, que hace presentir un 17 de mayo monopolizado por el estamento político y por aquellos grupos culturales con un interés ideológico o económico en el autor.

Las comparaciones son odiosas, pero a veces también inevitables. No era a primera vez que pensábamos en Lois y en el 2011 desde la decisión de la Academia. Y ahora que hay una propuesta para celebrar también este 2015 de otra forma resulta imposible no pensar en las figuras que hacen crecer una sociedad y como siguen a ser referentes por encima de aquellas que apostaron por reprimirla y empequeñecerla. Una vez más miramos para el poeta del amor y la enfermedad con esperanza, como ese punto de encuentro de la diversidad de una cultura, como una apuesta abierta hacia el futuro, como un intento de detener para siempre jamás la rueda de la infamia. No hay mejor nombre para una biblioteca.

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25/03/2015 by marioregueira

Un Dylan Thomas con hielo, por favor

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«Él aquí bebía, pero bebía lo normal. Lo que lo mató fue el alcohol americano». Algo así decían los parroquianos de Swansea-Abertawe cuando les preguntaban por la muerte de su paisano Dylan Thomas. El poeta, famoso por su voz profunda y sus recitales en la BBC, casi tanto como por su intensa relación con el alcohol, había fallecido en Estados Unidos, en medio de una gira. Las causas de la muerte, aun hoy cuestionadas, nunca podrán separarse de sus últimas palabras: «18 whiskys, esto debe ser una especie de record». Tratándose de un poeta, poco más se necesita para crear una leyenda descomunal sobre sus excesos.

Dylan Thomas representa una especie de espina clavada en la consciencia de Gales. La actitud del autor hacia su país de nacimiento osciló siempre entre el amor y el odio, deslizándose muy habitualmente hacia una aguzada ironía. «Tierra de mis padres, mis padres pueden quedarse con ella», una frase de uno de sus personajes que alude al inicio del himno galés y que, junto con su elección exclusiva por la lengua inglesa cómo herramienta de creación lo colocan en un lugar difícil para la sociedad galesa. El poeta más importante que salió de la tierra de los bardos jamás escribió una línea en la lengua de los bardos. Y no sólo eso, a pesar de defender siempre su origen y su identidad galesa y llenar con ella su obra, nunca le permitió caer en la autocomplacencia.

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El pasado 2014 el país, y particularmente la ciudad de Swansea-Abertawe celebraba el primer centenario de Dylan Thomas. Fue interesante ver como Gales resolvía su relación con el hijo díscolo. La poeta en lengua galesa Menna Elfyn decía poco antes del comienzo de la efeméride: «expresó lo que muchos de nosotros sentimos: a veces adoramos odiar Gales». Swansea-Abertawe, la «fea, bonita, ciudad», como había dicho Dylan Thomas,  llenó con su imagen las calles, de forma que era muy difícil no tropezar con ella. El chaval alcohólico que la consideraba un amado hogar pero hasta cierto punto deprimente, volvió a ser el protagonista. Tamizaron sus escritos hasta dar con cualquier referencia a la ciudad para escribirla en los muros de los museos. Y no sólo su actitud irónica, sino también sus excesos humanos fueron aceptados completamente.

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El Swansea Museum recreó en una de sus salas un viejo pub de la época de su juventud como elemento central de la exposición que le dedicaban, y regalaba posavasos con la imagen del poeta como parte de la entrada (aunque no servían alcohol). Sin embargo, quizá el mejor homenaje se la hizo la destilería galesa Penderyn, dedicándole uno de sus whiskys de la colección «Icons of Wales». Pocos reconocimientos mayores caben a un poeta que se autodefine como borracho que hacer parte de la cultura etílica de su país hasta el punto de poder escuchar como piden las copas con su nombre. Los parroquianos insisten en que fue el alcohol americano lo que lo mató. En el fondo, y en Galicia lo sabemos bien, siempre es el alcohol que no es de la casa el que nos mata. Quizá es por darnos el veneno junto con el antídoto que tenemos que aprender a amar y odiar con las mismas fuerzas nuestro propio hogar.

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18/03/2015 by marioregueira

Las vacaciones de la familia Liddell

Llandudno (se pronuncia algo semejante a «*Clandicno») es uno de los puntos turísticos más relevantes del norte de Gales. La curva de su playa concentra, incluso en el invierno más crudo, hordas de niños y de bañistas temerarios, dispuestos a dejarse ilusionar por un rayo de sol. Los inmensos complejos hoteleros, algunos viejos, otros simplemente en ruinas, miran hacia el mar con recuerdos palpables de tiempos mejores, y tanto su paseo marítimo como su muelle están llenos de atracciones de feria y salones recreativos.

Hay algo de irreal en Llandudno, a lo mejor porque lo fácil es llegar en tren, por un camino de hierro que por momentos parece atravesar las aguas, o a lo mejor porque su ambiente de turismo improbable, poblado de familias y ancianos jubilados vagando entre atracciones antiguas, resulta incomprensible para quien llega de fuera. En el fondo, lo que más destaca de la pequeña ciudad es una extraña sensación de viva decadencia. Algo que no alude sólo al transcurrir de los años, sino que parece formar parte de su naturaleza desde hace mucho tiempo.

Es probable que a mediados del siglo XIX, cuando el matrimonio formado por Henry y Lorina Liddell decidió comprar una casa de campo para pasar sus vacaciones de verano allí, Llandudno tuviera ya algo de ese ambiente. Muy probablemente procediera de su reciente conversión de villa galesa en destino de vacaciones, algo que aún hoy puede rastrearse bien en su entorno. Henry y Lorina iban acompañados de sus muchos hijos e hijas, y muy poco imaginaron que el lugar exacto que habían escogido para veranear sería recordado más de un siglo después, y mucho menos que una de sus hijas pequeñas acabaría teniendo estatuas por la ciudad. Tampoco que se debatiría durante mucho tiempo si, en alguno de esos luminosos veranos de la década de los sesenta recibieron (o no) la visita de un viejo amigo de Oxford, el reverendo Dodgson.

Llandudno no fue otra cosa que el patio de verano de Alice Liddell, la niña para la que Lewis Carroll escribiría los dos libros de Alicia (Alicia en el País de las Maravillas y A través del espejo). Se desconoce si Carroll visitó sus amigos en alguna ocasión, aunque sí se encuentran referencias al lugar en sus cartas y parece ser que la morsa y el carpintero del segundo libro aluden a dos peñas con esos nombres populares en la costa de la ciudad. Si tenemos en cuenta que los dos personajes pasean por una playa, no es extraño pensar que algunas de las arenas de la costa de Llandudno acabaran pasando al otro lado del espejo.

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Penmorfa, la casa de los Liddell

Fuera cómo fuera, Llandudno acogió su protagonismo en la creación de una de las obras de referencia de la literatura universal de una forma ambivalente. Es cierto que la ciudad está repleta de estatuas con los personajes de Carroll, que proponen al viajero su propia persecución del conejo blanco por la geografía. Por otra parte, sin embargo, la vieja casa de los Liddell fue demolida sin muchas contemplaciones en el 2008 para crear una zona residencial, y en el mismo año fue cerrado el pequeño museo dedicado al universo de Alicia. La presencia del personaje en la ciudad parece caminar en el estrecho hilo de las relaciones literarias apócrifas, demasiado leve y demasiado abierta a debate, a lo mejor sólo apreciable para personas que sean  alícicas impenitentes. Por otro lado, es probable que también exista el temor sensato de acabar construyendo un macrocomplejo turístico que acabe por derrumbar el precario equilibrio de la zona.

En cualquier caso, no tengo ninguna duda de que, más allá de las referencias evidentes, existe una relación innegable entre la ciudad y los mundos irreales de Lewis Carroll. Puede ser que proceda de una vieja inspiración literaria o que sea producto de una contaminación posterior padecida por la propia ciudad, pero la extrañeza que sorprende al viajero por sus calles y paseos es una de esas experiencias que van más allá del simple turismo.

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02/03/2015 by marioregueira

Nuevos mares

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Luchamos por él desde los primeros tiempos de la blogosfera gallega, hace casi una década, cuando aún era el .gz la matrícula para la red más reivindicada. Tanto tiempo después era casi una deuda pendiente levantar esta bandera para seguir navegando en nuestros propios barcos, así que, a pesar de la buena compañía que tuvimos siempre en Blogaliza (desde hace poco también blogaliza.gal), llegó el momento de partir hacia nuevas tierras.

La persona que me ayudó a armar este proyecto decía que era un momento interesante para las páginas de autor. En casi una década de crisis económica sabemos bien lo que subterfugios como «momento interesante» quieren decir, así que aceptamos que estamos entrando en un género en crisis y que nuestras torpes destrezas y las limitaciones propias del formato sólo contribuirán a agravarlo. Aun así hay unas cuantas cosas nuevas, quizá la más interesante, la posibilidad de crear una bitácora multilingüe, escrita originalmente en gallego, pero con versiones también para la norma portuguesa y el castellano de las que seguro sabréis disimular las eventuales erratas.

Incluso con todas las innovaciones, no dejo de tener la sensación de que entro en una casa con más habitaciones que los muebles que poseo para llenarla, o a lo mejor son las fuerzas para moverlos en este nueva mudanza las que fallan. Disculpen el desorden, las arenas de Gorée son malas de barrer, y hoy, fecha mágica del 2 de marzo soy, como todos los años, un poco más viejo.

Comenzamos.

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