17/05/2015 by marioregueira

Réquiem Gallego 2015

borges J.F._Filgueira,_a_los_17_años.

Hay un cuento del viejo Borges del año 49 titulado “Deutsches Requiem”. En él, un ex-combatiente alemán, enumera, poco antes de su ejecución, los motivos que lo llevaron a apoyar el nazismo en Alemania. En una interpretación mística que no fue ajena la todo el fenómeno ideológico de la época, el protagonista concluye que la derrota de Alemania es en realidad una victoria sobre el mundo. Alemania apareció para imponer la espada y la barbarie y hacer retroceder los valores cristianos. Incluso derrotada, obligó al resto de Occidente a emprender una lucha épica y cenital, dando inicio así a una nueva era. Su sacrificio es un precio pequeño por el objetivo, que no sería otro que salvar la cvilización de la decadencia.

Si la derrota de Alemania daba para hacer cábalas sobre una victoria oculta, mucho más se podría decir del franquismo, nunca derrocado por el poder de la espada. La victoria del franquismo fue saber mimetizarse, acompañar como un fantasma perenne el espíritu de la Transición, volver ciclicamente desde las urnas o las asociaciones ultracatólicas, seguir haciéndose oír desde los tétricos antros donde se siguió y se sigue practicando la tortura (300 casos de los que la O.N.U. dice que el Estado español se niega a informar).

No fue algo muy distinto del que el régimen hizo en vida. Los muchachotes que vitoreaban a la aviación germana o a la italiana preconizaban que Franco saldría de Hendaya dispuesto a lanzarlos contra el resto del mundo, quizá dispuestos a una lucha épica y cenital que habitó para siempre jamás en los sueños del falangismo romántico. Pero Franco supo ir poniendo distintos trajes de camaleón, y en poco más de una década pasaba de posible y entusiasta aliado del nazismo a aliado de facto de los Estados Unidos contra la amenaza comunista. Y de ahí a entrar en la UNESCO, abrir el país al turismo, y normalizar entre comillas su situación con la comunidad internacional, sin por eso dejar de reprimir y asesinar a la población. Algunos biógrafos no pierden la oportunidad de poner el toque xenófobo y resaltar que Franco era gallego y que por eso nadie sabía si subía o si bajaba.

Viendo el documental de Gonzalo Veloso “Contextualizando a Filgueira Valverde” llama la atención como algunos de los invitados destacan algo muy parecido en el polígrafo pontevedrés. Filgueira estuvo siempre donde ”había que estar”: fue independentista cuando tocaba, nacionalista cuando tocaba, franquista cuando tocaba, aperturista después y finalmente demócrata de toda la vida o, si nos guiamos por recientes declaraciones de Alonso Montero, incluso agente oculto del galleguismo entregado a una (muy paciente y demorada) erosión del franquismo.

Filgueira Valverde podría pasar a la historia de nuestras letras como un erudito que traicionó una causa. Nadie disputa lo de erudito, pero parece haber muchas personas e instituciones dispuestas a pasar por alto el segundo. La primera, la Real Academia Gallega, para quien no pesaron lo suficiente todas las opiniones en contra. En realidad, no sorprende demasiado, la Real Academia Gallega y Filgueira Valverde son productos de un proceso similar. El primero se deshizo del fardo de su ideología cuando fue un obstáculo para su supervivencia. La Academia también se deshizo de parte de su pasado para ser, durante los primeros años de la posguerra, una resignada institución con cierto toque folclórico. Tuvo que renunciar al gallego en sus manifestaciones públicas y aceptó, como académico de honra, al gran genocida de su propia cultura, el general Francisco Franco, quizá con el mismo gesto con el que Filgueira lo recibía en sus visitas a Pontevedra. Decía Francisco Castro estos días que no había que tener miedo de decir que Filgueira había sido galleguista y franquista. Es obvio que el significado de galleguismo no es el mismo para todo el mundo, pero también es evidente que, en la interpretación de Francisco Castro, también la Academia debió de ser galleguista y franquista, por lo menos hasta 2009. Hasta ese año (presidencia de Méndez Ferrín) nadie se acordó de retirarle al monstruo ferrolano un título que aún mantienen otros gallegos de méritos bien discutibles en su defensa de la lengua. A lo mejor el propio Francisco Franco, de quien se rumorea que hablaba en gallego con el fotógrafo Manuel Ferrol y que reconocía que le “gustaba” nuestro himno, fuera también un poco galleguista y franquista. Quien sabe lo que depara el futuro de la Academia, a lo mejor no estamos curados de espanto y podemos ver aún Días das Letras que nos dejen atónitos.

Filgueira Valverde. Un faro en la construcción de Galicia. (culturagalega.gal)

Sin embargo, el problema de la institución no se limita sólo la ese peso del franquismo. El camaleón tiene trajes para todo, y sus propios movimientos de “reconquista” estuvieron marcados por dinámicas peculiares. Carvalho Calero y Francisco Fernández del Riego, avanzadilla útil del grupo de Galaxia, van a recurrir enseguida a la constitución de una “familia”, un grupo de presión propio que vaya haciendo entrismo paulatino para acabar por controlar la Academia. Eran las estrategias de la época, pero ellas también representan el triunfo del franquismo y sus políticas de familias y correligionarios, tendentes a un sectarismo que entró en la Academia de forma mucho más estable que lo que marcan los ritmos históricos. El franquismo, como el nazismo del cuento de Borges, triunfó. Obligó la toda la sociedad a mirarse de soslayo, a ver enemigos en cada esquina, a vestir chaquetas para cada ocasión, a procurar contactos e influencias para poder conseguir las cosas a las que habían debido acceder por mérito o derecho. Quien se mueva no sale en la foto, quizá por eso, en una Academia con nombres poco sospechosos de connivencia con lo que representa Filgueira Valverde, (casi) nadie se movió.

No hay que ser un erudito como el homenajeado para saber, a estas alturas del siglo XXI, que existió una política de consentimiento y colaboración de ciertos sectores del franquismo con el galleguismo resistente. La propia Academia sobrevivió a la dictadura porque la dictadura nunca la consideró un peligro, muchos de sus miembros sobrevivieron porque tuvieron padrinos bien relacionados con el régimen, el propio Filgueira Valverde entre ellos. La Academia disculpa el miedo de Filgueira porque con él cree disculpado también su propio miedo. Esas acciones van mucho más allá de los poemas que a Alonso Montero tanto le gustó expurgar, son menos anecdóticas y menos literarias, pero en el nombre de ellas se crearon dinámicas que nos acompañan hasta ahora, como el espectro que ronda el espíritu de la llamada Transición. En el nombre de muchas de esas dinámicas hemos perdido el país y estamos perdiendo la lengua. Una muestra de madurez de nuestras instituciones culturales sería apostar por una óptica amplia, abrir el debate, promover un análisis que enfoque la cuestión sin ambages y sin jugar a crear imágenes patéticas, como la del hombre que llora su cobardía cuando recuerda que no fue a hablar en el juicio de Bóveda y a quien nosotros tenemos que celebrar este diecisiete de mayo. Sin crear santitos a los que, por un año, llevar biblias acabadas de imprimir y velas, y de los que, como se hace en los entierros, está prohibido hablar mal en voz alta.

A lo mejor la propia concepción de la fiesta y sus reglas absurdas invite a eso. El carácter del Día das Letras, su coincidencia en el espacio-tiempo con familiares y testigos fue útil bajo la dictadura, pero también lo arrastramos hasta un tiempo en el ya que no resulta una herramienta, sino un lastre. Lo que se avanza en conocimiento de un autor se pierde en el elogio impuesto, la objetividad no tiene cabida cuando la misión es crear una afirmación entusiasta y un ambiente de celebración, y la crítica es acallada desde las instancias más altas. A lo mejor sea hora, más que nunca, de replantear cómo se van a seguir haciendo las cosas, abrir las ventanas e impedir que esos herederos de otro tiempo, con sus trajes camaleónicos, sigan reproduciéndose sobre un escenario del siglo pasado. El mismo en el que no se contesta la ausencia de figuras femeninas por precaución y respeto. El mismo donde el debate normativo no tiene cabida ni bajo la figura de un antiguo miembro, pero sí caben genocidas en puestos de honra. El mismo que se justifica orgulloso en su propio nepotismo. El mismo en el que traicionar la camaradas de militancia es “lo que toca” porque estamos familiarizados hasta la náusea con el lenguaje de un miedo que tiene casi un siglo de historia.

Joan Fuster decía que lo más repulsivo de los pueblos dominadores es que imponen a sus dominados el espectáculo de su mediocridad insoluble. En el caso del franquismo, y en el caso concreto de nuestro desafortunado país, habría que sumarle el contagio de esa misma mediocridad, el triunfo del mimetismo y de la conveniencia, la victoria cotidiana de los generales muertos, tantos años después, el réquiem inacabable del pueblo gallego.

Filgueira Filoloxía

Carteles de la Xunta de Galicia contextualizados espontáneamente.

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