Mocitos con pistolas de plástico – Adaptada de la original de Sascha Kohlmann – CC BY-SA 2.0
No quiero darle un bombo que seguro no busca ni merece, así que no sé si llamarlo Pazos o Pazolo. O a lo mejor sea mejor Mociño que, tal y como escuché hace años, es la forma patrimonial que el gallego tenía para «paxe». Mociño abrió un blog hace años. Lo hizo en una plataforma francesa, seguramente por diferenciarse, porque le gustaba o porque es en francés que se inventó una palabra tan versátil como boutade. Reconozco que si la propuesta literaria de Mociño me interesó entre poco y nada, el blog se inclinó peligrosamente hacia el nada ya en los tiempos gloriosos de la blogoesfera gallega, esa ciudad fantasma de hoy.
Hay que reconocerle al blog de Mociño, sin embargo, una agilidad en el estilo tan periodística como aburrida y también una persistencia encomiable. Su blog lleva años fosilizado en mi lector de feeds porque siempre me dio pereza cancelar suscripciones. Hay días, incluso semanas, que representa la única entrada de su categoría. Será ese el motivo que aún lo lea de vez en cuando. Hoy, cosa rara en él, Mociño abría uno de esos confusos artículos con cincuenta referencias inconexas en negrita. Y me citaba. Es decir, que yo era la primera referencia de un camino que, como habitualmente pasa con sus artículos, avanzaba hacia la nada y hacia conclusiones irrelevantes mientras su prosa braceaba dando puñada inconexas al aire.
El rey de la magia – Adaptada de la original de Saúl Rivas – CC BY-NC-SA 2.0
No quiero darle más importancia de la que tiene, a fin de cuentas, no es la primera vez que Mociño se preocupa por mí en un tono similar y nunca me molesté en contestarle por aquello de no alimentar al troll y tal. Sin embargo, es cierto que sus referencias, por más superficiales, sí que tocan una parte del pequeño debate que, en redes sociales y en los bares de Compostela, tuve con varias personas próximas sobre Álvaro Cunqueiro. Dos de ellas, no por acaso, mindonienses y queridos amigos, aunque no solamente ellos. El debate de Cunqueiro salió en muchas conversaciones y creo que es una buena señal. Por lo menos para mí es una buena señal ver cómo una de las preguntas que se formuló hace un mes y medio en la defensa de mi tesis volvía a aparecer en contextos mucho más distendidos. Era Cunqueiro franquista? Lo fue toda su vida?
No hice una tesis específica sobre el autor del Merlín y familia, pero en el contexto de la literatura de posguerra es evidente que tuvo un peso fundamental en mi trabajo. Las cosas que cité en la entrada de hace quince días no eran anécdotas de bar, ni suposiciones, sino declaraciones recogidas de entrevistas y artículos del autor. Podría refrendarlas con bibliografía si hubiera quedado harto de trabajar bibliografía este año y si no creyera que poner bibliografía en un artículo para un blog es una verdadera pedantería. Tampoco tienen un valor individual, parte de mi trabajo aborda el hecho de que sus nociones filosóficas, la comprensión del oficio de escritor, así como el sentido de algunas obras, encajan con una cierta coherencia con esa perspectiva reaccionaria, especialmente en el tratamiento de ciertos elementos étnico-identitarios. Claro, se puede también aludir al contexto del Cunqueiro ilusionista, que inventa y exagera mientras habla y al que no se puede tomar muy en serio. El viejo debate sobre el humor. Creo que puedes hacer bromas sin importancia sobre antipáticos comunistas, incluso puedes hacerlas después de colaborar con la maquinaria que protagonizó su persecución y asesinato. Pero tienes que entender que a mucha gente no le hagan maldita gracia. Será el tipo de humor que los bufones hacen sonar dentro de los palacios, un humor al que nunca acabé de cogerle el punto y que creo que define más que cualquier ideología. Por mucho menos de las gracias que algunos pajes le ríen a Cunqueiro, los hijos de la Gran Bretaña defenestraron en su día al poeta Philip Larkin.
Casa de Rimbaud en Harar – Adaptada de la original de la usuaria de Flickr Beth – CC BY-NC 2.0
Naturalmente habría mucho que matizar y resulta muy interesante la potencia de interpretación de la obra de Cunqueiro. No voy a entrar al por menor porque aspiro a publicar una versión de la tesis y porque la historia es muy larga. Sin embargo, no puedo dejar de destacar hasta que punto reacciones como las de Mociño me vienen a dar, indirectamente, la razón en algunos de mis postulados. El problema no es que Cunqueiro fuera reaccionario, sino la imposibilidad general de aceptar que hubo galleguistas reaccionarios y que lo fueron antes, durante y después del franquismo. Cunqueiro fue un escritor fundamental para nuestra literatura. Y un fascista. Ninguno de los dos hechos anula necesariamente lo otro. Lo demás es seguir interpretando la historia como compartimentos estancos o como una cuestión simplemente tribal. Cuestiones de autonomía, que diría el bearnés. Yo para ser escritor gallego no preciso defender a Cunqueiro en lo indefendible ni atacarlo en lo literario. No preciso hacer de paje en ninguna corte.
Finalmente, quiero decir que es necesaria una muy limitada capacidad de comprensión lectora para afirmar que yo defiendo en mi artículo que le retiren ninguna calle a Cunqueiro. Es algo que ni me va ni me viene, aunque sí considero que el hecho de que mitad de la gente de la cultura salga defendiendo al mindoniense cómo si fuera su madre parte de la misma dinámica maniquea y simplista de la que hablaba antes. El caso de Cunqueiro es cómo el de Borges en el Chile de Pinochet o el de Rimbaud en Harar traficando con esclavos. Como el anti-semitismo de Richard Wagner que, sin embargo, luchó en las revoluciones de extrema izquierda de su tiempo y fue perseguido por ello. Contradicciones que los mocitos de hoy no consiguen aceptae porque necesitan una historia masticada y sencilla con la que llenar sus artículos de prosa ágil y caminar incierto. Como habrán leído las personas que saben leer, para mí representa un debate para el cual no tengo una respuesta clara, aunque no me escandalizaría si le quitan un honor ciudadano a quien nunca se arrepintió de haber sido tan mal ciudadano. A lo mejor hay que definir mejor qué tipo de honor es que te den una calle en una ciudad como Madrid. O que tipo de honor es que te defiendan con ciertos argumentos.