30/03/2016 by marioregueira

Guerras y galaxias

Desde su defensa, en enero de 2016, algunos medios se hicieron eco de mi tesis doctoral A narrativa na reconstrución do campo literario de posguerra. Repertorios e imaxinario nacional no proxecto de Galaxia. Quiero destacar, dentro de estas aportaciones, las entrevistas que me hicieron Ana Romaní, para el Diario Cultural de Radio Galega y María Obelleiro para el semanario Sermos Galiza, esta última aparecida el pasado lunes. No es fácil resumir casi setecientas páginas en unos minutos de conversación o en unas cuantas preguntas, y considero el hecho de que ambas consiguiesen tocar algunos de los puntos de mayor interés de un trabajo tan largo, un mérito de ambas periodistas.

La entrevista de Ana Romaní puede escucharse aquí [Gallego] y la de María Obelleiro puede leerse en este enlace [Gallego].

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27/03/2016 by marioregueira

Racimos y manzanas

Los ritos de los sentidosSoy el damasceno y sí abrieran mi cuerpo / brotarían de dentro racimos y manzanas. Pocos versos podrían definir mejor el espíritu de Los ritos de los sentidos que estos del poeta sirio Nizar Qabbani, uno de los grandes nombres de la poesía árabe y que no podría faltar en ninguna de sus antologías. El volumen que nos ofrece el equipo formado por Jaouad Elouafi, Bahi Takkouche, Manuela Palacios y Arturo Casas se caracteriza por no huir de elementos que en ocasiones podrían ser tomados como lugares comunes con cierto resabio orientalista. La cultura árabe como un desbordamiento de la sensualidad, como una fuente de evocación llena de olores a fruta y especias y donde las pasiones corren desbocadas, es presentada en muchos de los poemas del libro sin mayores complejos. Sin duda la intención editorial acompaña esta perspectiva, y por ello Los ritos de los sentidos es un volumen de gran tamaño, apaisado y enormemente vistoso que cuenta además con el arte caligráfico de Hachemi Mokrane como un elemento que compite en protagonismo con las propias transcripciones convencionales de los versos y sus letras de molde latinas o árabes.

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Y sin embargo, como no podría ser de otra forma en un trabajo que cuenta con la participación de personas como Manuela Palacios y Arturo Casas, la perspectiva es mucho más amplia y los propios sentidos, con su sensualidad adyacente, encuentran también motivos para el discurso diverso y las posibilidades subversivas. Así, sorprende el marco temporal amplio, en el que la poesía sufí de entre los siglos VIII y XIII convive con poetas del siglo XX y de la actualidad. También el hecho de que en la primera se incluya una mujer, Rábi’a Al-Adawiya, no por acaso una figura que sirve de puente entre la filosofía mística y los primeros cuestionamientos sobre el papel de la mujer en la sociedad. Quizá Al-Adawiya sea la primera de una corriente de poesía femenina continuada por otras autoras contemporáneas presentes en el libro, como la saudí Fawziya Abu-Jálid, capaz de sellar la paz en sus versos entre las serpientes edénicas y las mujeres. Junto a esta perspectiva, Los ritos de los sentidos recoge también su propio inventario del exilio. Los conflictos nacionales y el dolor de la separación vibran en la simple mención de nombres como el del palestino Mahmud Darwish, pero también en los versos del kurdo Buland Al-Haidari o del iraquí Ahmad Matar. Diversidades que también son geográficas y marcan el continuum cultural entre las tierras más alejadas del Oriente y el próximo Magreb.

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Un volumen que responde a la evocación y al estímulo visual que muchas personas buscarán entre sus páginas, pero que también tiene la gran virtud de contener tanta diversidad y miradas alternativas como para hacer reventar sus costuras. Sin duda de ellas brotarán racimos y manzanas, también pasiones que rebelan las entrañas de las amantes contra sí mismas y el constante amor a la identidad que, como canta Qabbani puede resumirse en su misma sencillez: Aquí están mis raíces, aquí mi corazón, aquí mi lengua / ¿debo hablar más claro? ¿acaso necesita el amor explicación?

20/03/2016 by marioregueira

El blues, el jazz y la bossa nova

El blues, el jazz y la bossa nova. La música predomina en el titular de la entrevista que Carlos Loureiro me hizo hace unos días para Noticieiro Galego, una larga conversación en la que también hablamos de géneros literarios, premios, libros pasados y proyectos futuros. Puede leerse aquí. [Galego]

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17/03/2016 by marioregueira

Beti izango dugu Bilbao

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Hay ciudades que conoces antes de poner el pie en ellas. Lo pienso ahora desde Bilbao, en mi tercera visita a la ciudad. Todas en los últimos años, todas con esa sensación extraña de estar pisando territorio conocido, como si mis sueños de la última década sucedieran al lado del Nervión o como si una vida pasada palpitase aún en mi memoria. No, no hay nada místico en la sorpresa con la que redescubro estas calles, estos locales, los amigos que aparecen como si llevaran toda una vida esperando por mí.

Desde finales del siglo pasado la cultura vasca se infiltró en una parte de la juventud gallega. Comenzábamos en el instituto cantando «Mierda de ciudad» y haciendo circular viejas cintas del rock radikal. Aunque ninguna de esas trayectorias nos dejaría tan asombrados cómo la de Fermin Muguruza. Aún recuerdo la sensación de poner por primera vez la cumbre de Negu Gorriak. Los dos dobermans negros que abrían el disco Borreroak Baditu Milaka Aurpegi y que nos dejaron una sonrisa congelada y la sensación de que el suelo acababa de temblar bajo nuestros pies. Admiré siempre la trayectoria de Fermin Muguruza por la misma razón por la que admiré a los Clash, porque la clase obrera afloraba más allá de la retórica. No se pasa de los primeros discos de Kortatu a un proyecto como el de Negu Gorriak o al Muguruza en solitario con genialidad ni con medios. Hay evoluciones que sólo se explican metiendo en la ecuación trabajo y consciencia, dos valores que en la frontera de Caranza en Ferrol o en la de San Francisco en Bilbao aun significan algo para la juventud que las atravesó entre los ochenta y los noventa.

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La gran eclosión de la carrera de Muguruza en solitario me cogió, sin embargo, en Compostela. Una época en la que el Avante pinchaba cada noche el Big Beñat haciendo temblar el suelo de madera del piso de arriba y en la que nos acostumbramos a encontrar la voz de Muguruza en una de cada dos canciones, entre los directos de Banda Bassotti, el Tijuana No! de una improbable Julieta Venegas o siendo la única voz que gritó Galiza Ceive, Poder Popular en toda la historia de la música gallega, justo en medio del acordeón de los Diplomáticos. Y entre todo aquello, como un impasse necesario, el In-Komunikazioa, algo distinto, también uno de los mejores discos de aquellos años y la posibilidad inesperada de poder poner algo de Muguruza en una tarde entre amigos o como fondo a las noches frías de Compostela. Letras que aprendes de memoria sin saber si las estás pronunciando bien. Canciones que acaban entrando en tu vida inesperadamente. Te levantas al lado de alguien y reparas en el azar que el radio-cd del suelo dio en tocar. Beti izango dugu Bilbao. Y sonreís tristemente. Ninguno de los dos estuvo nunca en Bilbao y sin embargo es la mejor canción para una despedida definitiva. Siempre nos quedará Bilbao, dices mientras os brillan los ojos y arriesgáis un último abrazo. Siempre nos quedarán las ciudades nunca vistas, las canciones que Sam o Muguruza pueden tocar de nuevo una y otra vez para recordarnos que nunca subimos la aquel avión.

No debió de ser casualidad que hablara de los bereberes y de Casablanca en Tanxerina, que el reggae de los blancos europeos sea uno de los temas de L’affiche rouge y que una de las protagonistas diga aquello de que el verdugo es el hombre de las mil caras. Hace unos meses me sorprendía el título del último disco de Fermin: Nola. La vieja Nueva Orleans por la que pasearon mis personajes hace años. La geografía en la que nos movemos es la misma, y sólo la casualidad hizo que no coincidiéramos en algún bar de Perdido Street. Por eso puedo pasar al lado del Antzokia recordando las canciones de conciertos en los que nunca he estado. Atravesar la Zubizuri consciente del paso que marcó entre dos orillas y dos épocas de la ciudad. Saludar con una sonrisa a las imágenes del Che Guevara y Abd el-Krim que esperan en las paredes del Bere-bar de San Francisco, no muy lejos de la Anti, la libraría en la que presenté uno de mis libros hace un par de años. Y recordar que siempre nos quedará Bilbao. Esa ciudad que evocamos una vez, hace mucho tiempo, en una habitación en Compostela y que, sin verla nunca, formaba parte de nosotros. Dos ex-amantes en una ciudad lejana, dos miembros de la resistencia con heridas que aún duelen al caminar sobre estas piedras.

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06/03/2016 by marioregueira

Mocitos jugando (en la Calle Álvaro Cunqueiro)

Mocinhos com pistolas de xoguete - Adaptada da orixinal de Sascha Kohlmann - CC BY-SA 2.0

Mocitos con pistolas de plástico – Adaptada de la original de Sascha Kohlmann – CC BY-SA 2.0

No quiero darle un bombo que seguro no busca ni merece, así que no sé si llamarlo Pazos o Pazolo. O a lo mejor sea mejor Mociño que, tal y como escuché hace años, es la forma patrimonial que el gallego tenía para «paxe». Mociño abrió un blog hace años. Lo hizo en una plataforma francesa, seguramente por diferenciarse, porque le gustaba o porque es en francés que se inventó una palabra tan versátil como boutade. Reconozco que si la propuesta literaria de Mociño me interesó entre poco y nada, el blog se inclinó peligrosamente hacia el nada ya en los tiempos gloriosos de la blogoesfera gallega, esa ciudad fantasma de hoy.

Hay que reconocerle al blog de Mociño, sin embargo, una agilidad en el estilo tan periodística como aburrida y también una persistencia encomiable. Su blog lleva años fosilizado en mi lector de feeds porque siempre me dio pereza cancelar suscripciones. Hay días, incluso semanas, que representa la única entrada de su categoría. Será ese el motivo que aún lo lea de vez en cuando. Hoy, cosa rara en él, Mociño abría uno de esos confusos artículos con cincuenta referencias inconexas en negrita. Y me citaba. Es decir, que yo era la primera referencia de un camino que, como habitualmente pasa con sus artículos, avanzaba hacia la nada y hacia conclusiones irrelevantes mientras su prosa braceaba dando puñada inconexas al aire.

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El rey de la magia – Adaptada de la original de Saúl Rivas – CC BY-NC-SA 2.0

No quiero darle más importancia de la que tiene, a fin de cuentas, no es la primera vez que Mociño se preocupa por mí en un tono similar y nunca me molesté en contestarle por aquello de no alimentar al troll y tal. Sin embargo, es cierto que sus referencias, por más superficiales, sí que tocan una parte del pequeño debate que, en redes sociales y en los bares de Compostela, tuve con varias personas próximas sobre Álvaro Cunqueiro. Dos de ellas, no por acaso, mindonienses y queridos amigos, aunque no solamente ellos. El debate de Cunqueiro salió en muchas conversaciones y creo que es una buena señal. Por lo menos para mí es una buena señal ver cómo una de las preguntas que se formuló hace un mes y medio en la defensa de mi tesis volvía a aparecer en contextos mucho más distendidos. Era Cunqueiro franquista? Lo fue toda su vida?

No hice una tesis específica sobre el autor del Merlín y familia, pero en el contexto de la literatura de posguerra es evidente que tuvo un peso fundamental en mi trabajo. Las cosas que cité en la entrada de hace quince días no eran anécdotas de bar, ni suposiciones, sino declaraciones recogidas de entrevistas y artículos del autor. Podría refrendarlas con bibliografía si hubiera quedado harto de trabajar bibliografía este año y si no creyera que poner bibliografía en un artículo para un blog es una verdadera pedantería. Tampoco tienen un valor individual, parte de mi trabajo aborda el hecho de que sus nociones filosóficas, la comprensión del oficio de escritor, así como el sentido de algunas obras, encajan con una cierta coherencia con esa perspectiva reaccionaria, especialmente en el tratamiento de ciertos elementos étnico-identitarios. Claro, se puede también aludir al contexto del Cunqueiro ilusionista, que inventa y exagera mientras habla y al que no se puede tomar muy en serio. El viejo debate sobre el humor. Creo que puedes hacer bromas sin importancia sobre antipáticos comunistas, incluso puedes hacerlas después de colaborar con la maquinaria que protagonizó su persecución y asesinato. Pero tienes que entender que a mucha gente no le hagan maldita gracia. Será el tipo de humor que los bufones hacen sonar dentro de los palacios, un humor al que nunca acabé de cogerle el punto y que creo que define más que cualquier ideología. Por mucho menos de las gracias que algunos pajes le ríen a Cunqueiro, los hijos de la Gran Bretaña defenestraron en su día al poeta Philip Larkin.

Casa de Rimbaud en Harar - Adaptada da orixinal da usuaria de Flickr Beth - CC BY-NC 2.0

Casa de Rimbaud en Harar – Adaptada de la original de la usuaria de Flickr Beth – CC BY-NC 2.0

Naturalmente habría mucho que matizar y resulta muy interesante la potencia de interpretación de la obra de Cunqueiro. No voy a entrar al por menor porque aspiro a publicar una versión de la tesis y porque la historia es muy larga. Sin embargo, no puedo dejar de destacar hasta que punto reacciones como las de Mociño me vienen a dar, indirectamente, la razón en algunos de mis postulados. El problema no es que Cunqueiro fuera reaccionario, sino la imposibilidad general de aceptar que hubo galleguistas reaccionarios y que lo fueron antes, durante y después del franquismo. Cunqueiro fue un escritor fundamental para nuestra literatura. Y un fascista. Ninguno de los dos hechos anula necesariamente lo otro. Lo demás es seguir interpretando la historia como compartimentos estancos o como una cuestión simplemente tribal. Cuestiones de autonomía, que diría el bearnés. Yo para ser escritor gallego no preciso defender a Cunqueiro en lo indefendible ni atacarlo en lo literario. No preciso hacer de paje en ninguna corte.

Finalmente, quiero decir que es necesaria una muy limitada capacidad de comprensión lectora para afirmar que yo defiendo en mi artículo que le retiren ninguna calle a Cunqueiro. Es algo que ni me va ni me viene, aunque sí considero que el hecho de que mitad de la gente de la cultura salga defendiendo al mindoniense cómo si fuera su madre parte de la misma dinámica maniquea y simplista de la que hablaba antes. El caso de Cunqueiro es cómo el de Borges en el Chile de Pinochet o el de Rimbaud en Harar traficando con esclavos. Como el anti-semitismo de Richard Wagner que, sin embargo, luchó en las revoluciones de extrema izquierda de su tiempo y fue perseguido por ello. Contradicciones que los mocitos de hoy no consiguen aceptae porque necesitan una historia masticada y sencilla con la que llenar sus artículos de prosa ágil y caminar incierto. Como habrán leído las personas que saben leer, para mí representa un debate para el cual no tengo una respuesta clara, aunque no me escandalizaría si le quitan un honor ciudadano a quien nunca se arrepintió de haber sido tan mal ciudadano. A lo mejor hay que definir mejor qué tipo de honor es que te den una calle en una ciudad como Madrid. O que tipo de honor es que te defiendan con ciertos argumentos.

02/03/2016 by marioregueira

La luz en los ojos

Adaptada de la original de Carl Jones – CC BY-NC 2.0

Tal y como yo lo recuerdo, no abrí mi primer blog el día de mi aniversario, aunque no puedo negar que siempre empleé este día para reflexionar y hacer cuentas. Cuando las listas de la wikipedia eran una novedad, recuerdo emplearlas para recopilar todas las cosas que habían pasado un dos de marzo. El día que nació Lou Reed y el día que se fue Philip K. Dick, del que leí en alguna parte (que no encuentro y que quizás ni siquiera es cierta) que había estado obsesionado con la fecha desde años atrás. Mi madre siempre cuenta que escogí nacer tarde, media hora antes de la media noche, algo que en la familia siempre se relacionó con mis impulsos noctámbulos y de fiesta. También puede ser que el 3 de marzo, día de nacimiento de Eladio Fernández y Marino Dónega, entre otros, y día de defunción de Pachelbel el del canon, no me dijera nada del punto de vista cultural. ¿Quien puede competir con Lou Reed o Philip K. Dick? Bien, David Bowie. Y con ambos, pero enero ya había pasado y quedaba ya demasiado lejos.

En cualquier caso hoy se cumplen demasiados años de mi nacimiento y un año del traslado de este blog a su nueva casa. No niego que fue un año difícil. Un día estaba preparando un risotto para unas chavalas y escribiendo cosas indignadísimas sobre Filgueira Valverde y al día siguiente, y durante muchos meses, estaba participando en asambleas y entrando en la tensión de los trabajos hercúleos, con jornadas de tantas horas que harían estremecer al viejo Engels. En este año defendí mi tesis sobre el campo literario gallego de la posguerra, o sobre Galaxia, dependiendo de las fuentes. En este año… no puedo decir mucho más. Encontré viejos amigos, escribí algunas cosas, resolví otras, tuve nostalgia «por poderes» de Barcelona y de otro tiempo más fácil, eché de menos a mucha gente y tuve algunos de los días más extraños de mi vida (una tendencia que, sospecho, continuará). En cierto sentido, lo despedí el domingo pasado, recordando a poetas punks en A Coruña, que es siempre es una forma excelente de cerrar los ciclos. Pienso que todo fue para bien, pero recibo esta edad con una cierta sensación de tiempo perdido, seguramente porque ha sido mucho el que exigieron las tareas de este año. Cumplo los años que tenía mi padre la primera vez que le pregunté los años que tenía. Y nunca olvidaré la sensación de que eran muchos, muchísimos, demasiados.

Para otro día quedan las reflexiones debidas sobre este blog, sobre esa ciudad fantasma en la que se convirtió (o en la que convertimos) la blogosfera gallega, sobre el discurso de A Raíña, o sobre la literatura de estos días y su hipotético futuro. Hoy sólo quiero recordar, como hice hace muchos años, en un dominio que no llevaba mi nombre, el recuerdo de esta sorpresa, de esta luz de vida que insiste, tanto tiempo después, en seguir golpeando los ojos.

23/02/2016 by marioregueira

Calle Álvaro Cunqueiro

Estatua de Cunqueiro en A Coruña – Adaptación de la imagen de J.L. Cernadas Iglesias – CC BY 2.0

Me sorprendió en los últimos meses la campaña en defensa de la calle que Álvaro Cunqueiro tiene en Madrid, especialmente por los tópicos que resucita al hablar del mindoniense. Los argumentos resaltan su trabajo a favor del Estatuto de Galicia (1936) y su militancia en el Partido Galeguista, y disculpan su acercamiento a la extrema derecha aludiendo a un momento de debilidad que habría quedado purgado de sobras con su posterior trabajo literario.

Puede ser cierto que la figura del dictador no le dijera gran cosa al fabulador de Mondoñedo. Sin embargo, eso es un simple detalle que no se mueve de un cierto referente personal. Que Cunqueiro abjure de Franco en el final del franquismo es un detalle puntual, su ideología, desde los primeros días del Partido Galeguista hasta los años ochenta, se mueve en una línea claramente reaccionaria que sólo muy relativamente discrepa con la del falangismo (hay que recordar que el falangismo de la revolución social también cae en desgracia bajo la dictadura). La divergencia de Cunqueiro es territorial y habla del papel de Galicia, a la que considera su identidad étnica y de la que reivindica, hasta muy tarde, su papel privilegiado en la constitución de una supra-identidad española y de una Europa cristiana a la que llega a aludir fugazmente como su verdadera nación. Aunque esta vocación pro-gallega nos tocó de una forma muy importante, resulta absurdo desvincularla de todos sus matices ideológicos, muy semejantes a los que otros falangistas históricos hicieron valer en relación a la diversidad del Estado español. Del mismo modo, resulta muy inocente pensar que, en un Partido Galeguista en el que acontece una escisión derechista en el año 36, esa corriente de pensamiento no tenía sus propios simpatizantes, y que muchos de ellos no tuvieron mayor problema en sumarse al levantamiento fascista.

Placa na casa natal de Mondonhedo - Adaptada da original do usuário de Flickr madeira_de_uz - CC BY-NC-SA 2.0

Placa en la casa natal de Mondoñedo – Adaptada de la original del usuario de Flickr madeira_de_uz – CC BY-NC-SA 2.0

Cunqueiro sale del Madrid en el que hoy tiene una calle en el año 1947. Deja de ser un periodista afín al régimen y bien situado en la capital para volver a su Mondoñedo natal. Hay quien marca ya en ese año su caída del caballo y su alejamiento del franquismo como ideología. Lo cierto es que no está muy claro que es lo que lleva al mindoniense a volver a casa, pero la hipótesis de la discrepancia ideológica es la última que se baraja. Un desfalco realizado a un periódico o una estafa a un diplomático son las primeras pistas. Cunqueiro es expulsado de la Falange y tiene que irse de la capital, pero su falta de entendimiento con el franquismo está lejos de ser una ruptura ideológica. En todo caso, no deja de ser una versión personal y rápida de otros alejamientos progresivos de una parte de la extrema derecha española, que comienza a ver en el régimen de Franco una dictadura burocrática que traiciona los horizontes de la revolución social y nacional que esperaban. No puede negarse, sin embargo, que el regreso a Galicia es también un regreso a la lengua gallega y que, en ese sentido, su papel en la recuperación posible de un contexto arrasado literalmente por el fascismo fue fundamental. Cunqueiro da algunas de las mil primaveras que pone como objetivo para nuestra literatura.

A pesar de eso, el mindoniense no dejó de manifestar su clasismo y su racismo a lo largo de toda su trayectoria. Que en algún momento hable de la falta de conexión con el franquismo es un simple detalle. En los años sesenta se manifiesta en contra de la independencia de las colonias africanas y de que el voto en la ONU de esas nuevas naciones llegue a valer lo mismo que el de un país europeo. En los años setenta al ser preguntado por su participación en una antología bélica en homenaje a José Antonio Primo de Rivera, apunta que el poema es malo, pero que no puede avergonzarse por cantar las glorias de un joven que muere por sus ideas. Entre los rumores no comprobables está también la historia en la que pide que desparasiten la caseta de la Feria del Libro en la que tiene que firmar, pues antes que él había firmado Marcelino Camacho, diputado comunista en aquella altura. No cabe duda de que, si el autor ya no se consideraba franquista, no era porque su pensamiento reaccionario hubiera menguado un ápice.

Detalle de la estatua de Cunqueiro en Mondoñedo - Original de Saúl Rivas - CC BY-NC-SA 2.0

Detalle de la estatua de Cunqueiro en Mondoñedo – Original de Saúl Rivas, CC BY-NC-SA 2.0

Son méritos suficientes para que figure en la lista de franquistas que deben desaparecer del callejero de Madrid? Lo cierto es que si Cunqueiro no fuera gallego su defensa sería muy difícil de sustentar por muchas de las personas que se aventuraron en ella. Por otro lado, la mayor parte de las voces que salen en su defensa emplean el argumento del miedo y del “falangismo conyuntural” con demasiada ligereza. No podemos pedirle a nadie que no cometa errores, tampoco que se autoinmole en medio de una guerra, pero la cultura gallega está demasiado acostumbrada a disculpar alegremente los que, de una u otra forma, acabaron integrados, más allá de la coyuntura, en la gran maquinaria franquista, aprovechándose económica y socialmente de ella. Que Cunqueiro tuviera que salir precipitadamente de esa maquinaria tras diez años de colaboración es un acaso que no puede convertirse en un acto heroico. Poner esa escaramuza a la altura de muchos autores que en ese momento estaban en prisión o resignados a un exilio sin fin es algo aún peor y contribuye a la falta de perspectiva histórica que nuestra cultura sigue ejercitando cada vez con más intensidad.

No cabe duda de que la calle de Cunqueiro es defendida por gallegos de izquierdas que tratan de aferrar algo que va más allá de la propia figura del mindoniense. Una representación cultural de Galicia en la capital de España, un reconocimiento de nuestra cultura olvidada por el centralismo. O la magia y la gastronomía como cenit identitario gallego, algo de lo que también habría mucho que hablar y que, no por acaso, moviliza también al gobierno de derechas que hoy ocupa la Xunta de Galicia. El desencuentro es evidente y no deja de ser, de nuevo, una tensión territorial. Cunqueiro en Madrid es un escritor franquista de provincias que ganó un premio Nadal. Cunqueiro en Galicia es el regenerador de toda una literatura ahogada por un levantamiento militar en el que, irónicamente, colaboró con un idealismo reaccionario que lo sobrepasaba. Por desgracia, sólo en el segundo caso cabe preguntarse si la obra del mindoniense redime parte de sus errores persistentes. Y muchas personas ni siquiera estaríamos seguras de la respuesta a esa pregunta.

17/02/2016 by marioregueira

The Danish Girl, una historia sencilla

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 No esperaba gran cosa de The Danish Girl, y finalmente se confirmó como una película decepcionante. Con algún aspecto brillante y con una perspectiva divulgativa que quizá pueda ser apreciada, pero con un torpe desarrollo de la historia original de Gerda Wegener y Lili Elbe. Es cierto que la historia de la pareja está lo suficientemente sumergida en acasos e hipótesis que obligan a la cualquier adaptación a tomar una serie de decisiones relevantes. Quizá ya estaban tomadas en la novela de David Ebershoff en la que se basa el film, pero resulta evidente que no fueron buenas decisiones.

En primer lugar, resulta absolutamente inexplicable la ocultación deliberada de la identidad lésbica de Gerda Wegener, especialmente partiendo de la popularidad de su arte erótico y toda vez que era uno de los pocos datos objetivos con los que se podía contar para reconstruir algo semejante la una biografía de la pareja. La ausencia de este hecho no es casual, que Gerda fuese bisexual vendría a disipar el binarismo básico sobre el que pivota todo el film. También haría entrar en escena algo que forma parte de todos esos rumores e hipótesis: la posibilidad de que no solo Gerda y Einer Wegener fueran pareja, sino que también lo fueran Gerda y Lili Elbe. Una simple hipótesis, que sin embargo explicaría por qué esta protagonizó parte de sus obras eróticas. Naturalmente, introducir algo como una orientación sexual aparentemente contraditoria con una identidad transgénero determinada sería excesivo para un film que busca un público de masas. A muchas personas les explotaría la cabeza.

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Un segundo elemento hipotético que cambiaría por completo la perspectiva del film es la posibilidad de que Einar/Lili realmente no fuera transexual, sino intersexual, algo que daría un significado distinto a su operación, dejando de ser un camino para encontrarse a sí misma para convertirse en un trámite con el que encajar en una determinada explicación del mundo. Esta perspectiva es otra de las que son completamente eliminadas en la película.

En realidad, The Danish Girl no se mueve ni un ápice de esa sencilla y supuestamente evidente explicación del mundo. Es cierto que el film presenta una perspectiva de la transexualidad valiosa por su carácter de divulgación y de representación, pero se muestra completamente incapaz de salir del cerco que construye con su propia recreación ficticia. El mundo es explicado de forma sencilla, en él hay hombres y mujeres, nada más, y la identidad de género es un elemento coherente con las inclinaciones sexuales. Ningún elemento rupturista y problemático de los que existen en la historia de Lili y Gerda aparece siquiera evocado y hasta el drama de la protagonista tiene una única dirección, a medio camino entre el triunfo y el martirio. Es cierto que la comunidad trans precisaba de una historia de estas características, sin embargo, no creo que escoger ésta fuera una decisión acertada. Lili y Gerda no vivieron una historia binaria ni sencilla, sus simples identidades fueron subversivas a comienzos de los años veinte, parece que casi tanto como lo serían nos nuestros días. Y esa potencia para problematizar la realidad, para cuestionarla e impugnarla es su mejor legado, un legado a lo que algún día habrá que hacer justicia con una historia que esté a su altura.

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14/01/2016 by marioregueira

Los mejores libros (gallegos) de 2015

Las listas de «mejores» libros son lo que son: personales, incompletas, y forzosamente subjetivas. A pesar de eso, mi decisión de participar en ellas viene dada porque creo que siguen teniendo alguna utilidad, aunque sea para ayudar a otras personas a escoger un libro o a no escogerlo en absoluto. Lo primero que habíamos debido aclarar es que, por suerte, es imposible leer toda la producción anual en lengua gallega. No la he leído, pero sí que es cierto que, incluso en un año con tan poco tiempo para la lectura recreativa como fue este 2015, he dado cuenta de una parte importante de ella. Y de los libros leídos destacaría tres. Quizás los mejores. Quizás no. Si tenéis que leer sólo tres libros editados en 2015, yo recomendaría que leáis estos. Y si tenéis que llevar tres libros la una isla desierta… Yo os recomendaría que no llevéis libros la una isla desierta. Llevad una caña de pescar. O una zodiac para poder volver.

Detalle da portada de Cabalos e lobos

Cabalos e lobos, de Fran P. Lorenzo (Edicións Xerais).

No sólo la que considero la mejor novela de este año, sino también una de las más destacadas del último lustro de la literatura gallega. Con una ambientación viguesa que supera la vigo-exploitation que comienza a campar en nuestras letras y rescata las verdaderas entrañas de la ciudad, su memoria obrera y combatiente, sus historias personales, a veces tan importantes como esa historia colectiva, o por lo menos así consigue el autor que las veamos. Una obra con un inicio espectacular y un ritmo absolutamente envidiable que consigue sumergirnos en una historia en la que el paso de las guerras y de la represión franquista enmascara un pasado familiar que iremos descubriendo poco a poco.

Seique, de Susana Sánchez Arins (Através)

Confieso que cada vez me cuesta más entusiasmarme con la poesía. Y puede que el mejor ejemplo sea que, de todos los libros del género, mi elección es Seique, que no es poesía, aunque tampoco es exactamente narrativa breve y definitivamente no es narrativa larga. Finjamos que es poesía por estar escrito por una poeta o porque las cosas que no sabemos calificar en esa fluencia de los géneros literarios son casi siempre poesía. Seique aborda las cuestiones de la memoria y del legado de la guerra civil española de una forma completamente innovadora para la literatura gallega. Tomando cómo punto de partida la participación de uno de sus familiares en la represión franquista, la autora consigue evocar esa compleja posición y hablar de la dificultad de construir narrativas sobre el trauma y de la relación entre la violencia intra-familiar y la violencia política, quizás dos caras de la misma moneda.

Marxes e centros. Para unha socioloxía do campo cultural, de Antón Figueroa (Laiovento).

Marxes e centros

Un amigo me decía hace poco que, si yo era bourdieano, era por ser previamente, y de forma mucho más intensa, figueroano. Tiene parte de razón y nunca he negado que Antón Figueroa ha sido uno de los maestros más excepcionales que tuve la fortuna de encontrar en mi trayectoria académica. Este libro recopila una parte importante de sus artículos de los últimos años, la mayor parte de ellos referidos coherentemente a una perspectiva sociológica sobre el desarrollo de las culturas, y especificamente de culturas periféricas o subalternas como la gallega. Sin embargo, el volumen también es interesante por contar con una entrevista final realizada por los editores al autor y que, por las pocas veces que Figueroa ha hablado de sí mismo en estos años, resulta una joya que ayuda también a conocer mejor una de las mentes más preclaras que han dado los estudios literarios gallegos.

05/01/2016 by marioregueira

Deseo

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Recortada de la original del usuario de Flickr Farther Along – CC BY 2.0

No sabría decir cuándo fue. Seguro que a finales de los noventa. Bob Dylan no significaba nada para mí. Un tipo con un par de canciones tan icónicas cómo vacías. La persona que habían versionado los Guns N’ Roses en mi primera adolescencia. Un viejo que había tocado hacía poco delante del Papa de los católicos, haciendo desaparecer la escasa aura rebelde que podía conservar. En los tiempos en los que el la blogosfera gallega hervía y abundaban los dylanianos llegué a crear una pequeña polémica diciendo que Zimmerman no había hecho gran cosa después de los setenta. Los fanáticos seguirán protestando, pero si los ochenta de Dylan son olvidables, los noventa no fueron mucho mejores. La prueba fue que en ese momento, entre conciertos apagados y discos mediocres, hubiera podido dejarlo pasar sin más. Algo de eso discutía con mi padre en aquellos días. El conflicto generacional, y yo sonriendo excépticamente cada vez que decía que era uno de los grandes, que había mucho más que la imagen distorsionada que ofrecían los medios de él. Según mi padre, había un disco que no había escuchado y que podría resumirlo todo. Un disco que no teníamos y que nunca habíamos tenido, pero que él recordaba de su juventud. No sé con quien habló. En aquella época de discos digitales y en la que comenzaba a aparecer un formato extraño llamado mp3, mi padre movió cielo con tierra, visitó antiguos camaradas y habló con viejos conocidos del trabajo. Un día de patrón en la vieja casa de mis abuelos me pidió que saliera con él. Había colocado el coche con las puertas abiertas al pie del viejo hórreo apuntalado. Alguien le había dejado un cassette y uno de los pocos sitios que teníamos para escucharlo era en la vieja radio de aquel viejo coche. Era una cinta original, más vieja que yo y rotulada (nunca lo olvidaré) en inglés y español. Desire – Deseo. Con canciones con títulos como Huracán, Una taza más de café, o Bahía del Diamante Negro. En la portada, un Dylan extrañamente joven sonreía disfrazado de vaquero.

He leído alguna vez crónicas de dylanismo apasionado que inciden en la misma idea. No vuelves a ser la misma persona después de escuchar por primera vez Hurricane, ocho minutos y medio en los que parece que una guerra se desata y te lleva por delante. Mi padre me contaba la historia que mi precario inglés no conseguía entender. Huracán Carter, el racismo en los Estados Unidos, un crimen que no había cometido, la épica de un boxeador tras los barrotes. La vergüenza de vivir en una tierra donde la justicia es un juego. Y Dylan iniciando un movimiento que conseguía reabrir el caso y ponerlo en libertad. En un momento en el que yo ya me formulaba abandonar derecho por la literatura y las tensiones en mi casa comenzaban, mi padre se disparaba en un pie con un consejo que nunca se atrevería a darme explícitamente. A veces no bastan los abogados para reparar una injusticia. A veces hace falta una canción.

"Dylan and The Band" by Hugh Shirley Candyside - Flickr: Dylan and The Band. Licensed under CC BY-SA 2.0 via Wikimedia Commons

«Dylan and The Band» by Hugh Shirley Candyside – Flickr. CC BY-SA 2.0 via Wikimedia Commons.

En aquella tarde en la que el sol iba cayendo poco a poco sobre el horizonte de Valdoviño, escuchamos el disco entero. Reímos con el español macarrónico de Romance in Durango, abrimos los ojos como platos ante una canción que se titulaba Mozambique, y nos estremecimos con Oh, Sister o One More Cup of Coffee. Una taza más de café antes de seguir el camino valle abajo. El corte final, Sara, volvía a sonar como un fenómeno natural, algo más calmo que el huracán del inicio. Más allá de lo icónica y política que resultaba Hurricane, el tono general del disco hablaba sobre todo de la pasión. Como dicen las viejas crónicas dylanianas, cuando la cinta acabó, yo era otra persona. Y sin embargo, todo aquello era sólo una parte de un puzzle que completaría en los años siguientes.

Mucha gente sostiene que Desire no es más que una segunda parte de Blood on the Tracks, un disco anterior que yo aún tardaría un tiempo en descubrir. Podría declarar que ambos suponen la cúspide del talento de Dylan, en una época especialmente productiva que nunca jamás se repitió. Ambos cuentan la historia de una ruptura y de un regreso, mensajes muchas veces contagiados de declaraciones políticas. Viví con ellas en una calle de la zona vieja. Por la noche había música en los cafés y la revolución estaba en el aire. Nunca tuve ninguno de esos discos en formatos que quisiera conservar. Años después, mi padre me regalaba una grabación en directo de la misma época gloriosa, con las mismas canciones. Nadie lo sabía, ni yo al principio, pero me acercaba a un momento vital de ruptura y reencuentro, y durante meses las canciones de Dylan encajaron cómo hechas a propósito para mi propia vida y pude aprenderlas de golpe entre despedidas y regresos, traduciéndolas con pronombres imposibles. Morimos y renacemos, misteriosamente a salvo, y tras volver a la vida encontramos a las mismas personas en el quinto día de mayo. Aunque nosotros seamos otros.
No sabría decir cuanto de mí continúa a cantar esas letras ni cuanto de ellas quedaron para siempre jamás entre las mías. (Si lo ves, dile hola, ahora debe estar en Tánger. Estará pensando que lo olvidé. No le digas que no es cierto). Huracán Carter murió el año pasado, Dylan nunca volvió a brillar con ese destello cegador, mucho menos después de tocar para el papa de los católicos o hacer que retiraran todas sus canciones de youtube, el coche de puertas abiertas contemporáneo. Y nunca volvió a hablar de revolución. No puedes hablar de esas cosas después de empeñar tu alma. Y sin embargo, a pesar de eso, como la llama del amor que palpita y se desvanece antes de regresar, levantamos nuestras copas cuarenta años después de la cumbre dylaniana y repasamos todas y cada una de las marcas que el deseo dejó nos nuestros cuerpos. De todas las cosas que hicimos siempre habrá una de la que no nos arrepentiremos. Y las que no hicimos fue sólo por un simple giro del destino.

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