Suerte
No es una palabra que emplee a menudo, justo por eso me sorprendí a mi mismo repitiéndola casi a diario durante mi viaje por el norte de la Gran Bretaña. Y no de cualquier manera, sino como final de conversación, casi como substitutiva de las fórmulas de despedida. No diga adiós ni hasta luego, diga sencillamente suerte.
Algo que ya sabía, pero que se hizo especialmente notable eses días fue la cantidad de gente que tenemos fuera. En todos los destinos, buscada o por azar, acababa hablando con una persona de Galicia. Un par de correos son suficientes para confirmar que aquel viejo conocido de Ferrol está trabajando en Manchester, que otra busca empleo en Liverpool y que alguna más trata de ampliar estudios en Escocia. Unas pintas ayudan a crear una breve pero intensa sensación de hogar. De por medio, las inevitables historias, casi todas con un punto de inflexión situado en el final de la década pasada, la crisis general, pero especialmente la crisis cultural de Galicia arrasando como una riada invisible con vidas y proyectos. Nunca nos cansaremos de repetir que no defendemos sólo la lengua y la cultura gallega por amor, sino porque era una fuente de riqueza material que los gobiernos de la derecha se encargaron de destruir.
Del otro lado los casuales. La mayor parte de las veces en pubs y restaurantes, alguien del personal que te escucha hablar y que te pregunta timidamente de donde eres. Galician, contestas, esperando la cara de confusión o las preguntas que siempre siguen a esa afirmación. Pero lo que encuentras es una sonrisa y unos ojos brillantes. Yo también, de que parte eres? No me sorprende seguir encontrando ferrolanos y ferrolanas. Después de todo, como comentaba alguien, la gente que falta en nuestra ciudad tuvo que ir para algún lado, no puede haberse evaporado sin más. Galicia es una de las regiones europeas con el paro más alto y con una población más envejecida, una tendencia que se afianzó durante los dos últimos gobiernos de Feijoo pero que, como en la época franquista, no tiene en cuenta en sus cálculos a las personas que faltan. Las personas que faltan explican el envejecimiento prematuro y convierten los datos del paro en un auténtico escándalo. Seguramente son una parte de lo mejor del país. Gente dispuesta a ayudarte, que te pregunta si también te vas a quedar en la ciudad, que sabe donde conseguir cerveza gallega y que te regala tarjetas de teléfono para que tú también puedas llamar a casa. Personas que guardan un orgullo extraño y primario por el país que dejan atrás, sumergido en las sombras. Si sois de Galicia no os compensa subir a las Highlands, no son mejores que nuestros paisajes.
Para algunos pueblos la migración fue un accidente histórico, una fase en la que poblar tierras lejanas o participar en la construcción de nuevos países. Para nosotros es un clásico, una tendencia que nunca pasó de moda. El barco negrero del que hablaba Otero Pedrayo sigue funcionando, aunque los esclavistas refinaran sus métodos. Los gallegos que se encuentran en una taberna y que se toman por extranjeros hasta que les da por entonar una cantiga siguen perdidos por los pubs del norte. Todas las historias del siglo pasado siguen sirviendo hoy. Sólo hay que adaptarlas un poco.
Tengo, como todo el país, un recuerdo preciso de las penurias que las distintas ramas de mi familia encontraron en sus migraciones. La confusión de una lengua extraña, las humillaciones que sufre todo trabajador extranjero. La soledad de la familia y de lo que no es la familia. Los comienzos difíciles y las casi inmediatas incertidumbres por el futuro. El retorno como un deber o como una tentación. No sé como se despedirían los migrantes de nuestra tierra hace cien años. Quizá mencionaban santos católicos o añadían un épico Terra a Nosa al final de la conversación. Yo deseo suerte. Me gustaría decir que habrá regreso, que vamos tumbar a estos ladrones y recuperar el país, que nos volveremos a encontrar paseando por las calles de Ferrol o Compostela. Que entraremos por las puertas de Galicia en hordas, como quien asalta un castillo. Pero sólo consigo levantar la mano y pensar en la dureza de la nueva vida. Y deseo suerte. Aunque también me pregunto si no serán ellos quien deben deseármela la mí y a todas las personas que se van a quedar en este país desharrapado.