Camino de Frongoch
El norte de Gales es a día de hoy uno de los territorios más periféricos y peor comunicados de la isla de Gran Bretaña. Hay cien años debía de serlo aun más, y sin duda por eso fue el lugar escogido por el gobierno británico para situar un campo de prisioneros que sirviera para hospedar a los enemigos capturados en la I Guerra Mundial. El campo de Frongoch comenzó a recibir prisioneros alemanes, pero en algún momento el Reino Unido decidió evacuarlos a otro lugar. Más o menos en esta altura del año 1916 comenzaron a llegar prisioneros irlandeses a Gales. La Rebelión de Pascua, ferozmente reprimida, traía un numeroso contingente de nuevos prisioneros de guerra, una guerra inesperada, pero a la que el Reino Unido reaccionó como ante cualquier otra, con artillería en las calles de Dublín y ejecuciones en los días siguientes. Por Frongoch, poco tiempo después, pasaron cientos de prisioneros irlandeses, entre ellos Michael Collins, una de las personas que, sólo cinco años después firmaría los tratados que reconocían el Estado Libre de Irlanda. La estadía en Frongoch no fue larga y tampoco estuvo falta de elementos positivos. La concentración sirvió a los irlandeses para reorganizarse y formarse mutuamente. Años después se referirían al campo como la Universidad de la Revolución.
Hace unas semanas caminamos hasta el lugar donde estaba situado el campo para rendir homenaje a los luchadores de Irlanda. Los galeses guardan algo más que una memoria internacionalista del hecho histórico. En su versión de los hechos, los irlandeses no sólo aprendieron tácticas de lucha en Frongoch, sino que también entraron en contacto con una realidad que los impresionaría profundamente. Si el norte de Gales es, todavía hoy, una de las plazas fuertes de la lengua galesa, en 1916 esta debía ser la principal, si no la única lengua empleada por la población, especialmente en una zona lejana y rural como la de los alrededores del campo. Los irlandeses debieron de mirar asombrados a aquel pueblo que, sin hacer ningún acto de rebelión activa, ejercía sin embargo una resistencia invisible en cada palabra que pronunciaba. Palabras pronunciadas, además, en un idioma emparentado con el propio gaélico irlandés, una lengua con muy poco valor social y que ocupaba un claro lugar secundario en el movimiento independentista de la isla. Acaso este contacto con una realidad semejante pero mucho más viva impactó profundamente a los líderes revolucionarios, y hay quien dice que fue a partir de ésta que comenzaron a replantear el papel de la lengua en la lucha de liberación. Hay incluso quien relaciona esto con la inmediata cooficialidad del gaélico irlandés en la Irlanda independiente. El aprendizaje de la lengua galesa y el conocimiento de otro pueblo consciente de su identidad formaron también parte del equipaje que los prisioneros se llevaron del campo.
En el acto de Frongoch, que antecede otro más grande que se hará en junio, se celebraban también estas pequeñas resistencias, estas comunicaciones entre distintos modos de luchar y sobrevivir. Las banderas históricas irlandesas y galesas ondeaban juntas, y entre las personas asistentes, sin banderas, tres personas de Galicia de las que por lo menos una pensaba en los cien años que separaban también a su país de la creación de las Irmandades da Fala (Hermandades del Idioma). El comienzo de una reivindicación lingüística que acabó evolucionando a lucha política y que mantuvo una obsesión palpable con Irlanda, el deseo de un paralelismo que no vivía sólo en la supuesta conexión céltica de la tradición, sino también en la voluntad de caminar los mismos pasos. En 1921, mientras Irlanda preparaba las negociaciones de su convulsa libertad, uno de los miembros de las Irmandades, Ramón Cabanillas, llamaba a la isla “irmanciña adourada” (hermana adorada) en las páginas de A Nosa Terra. Quizá la más célebre, pero también la enésima evocación de Irlanda en el medio oficial de las Irmandades, que siempre tomó el país como un referente privilegiado. Las Irmandades fueron así la antesala del galleguismo político, sus primeras prácticas, el inicio de un proceso que culminaría con la fundación del Partido Galeguista. Los campos de prisioneros que conocemos los gallegos tardaron, sin embargo, veinte años desde la llegada de los irlandeses a Frongoch. En ellos no hubo escuela revolucionaria, ni galeses en los alrededores dándonos apoyo moral y confirmándonos el sentido de nuestra lucha o el valor político de la lengua. Tampoco antecedieron ningún logro inmediato, sino la larga noche del franquismo. Y sin embargo, también aprendimos en ellos, quizá incluso de forma más perdurable, el valor de la resistencia y de la dignidad.