Ártico
De todos los comentarios marcados preliminarmente como spam que llegaban entonces al blog, aquel era diferente. Lo era por la temática, ya que por alguna razón no ofrecía citas en tu ciudad, cremas milagrosas para la entrepierna ni medicamentos contra la disfunción eréctil. El comentario, acompañado por su enlace correspondiente, era una alabanza enormemente farragosa y grandilocuente al contenido del post, aunque sin mencionar nada en particular. Hablo de memoria, pero la recreación de mi recuerdo da en algo de este tipo: «Lo más brillante que he leído en esta vida sobre una cuestión tan elusiva y al mismo tiempo tan controvertida. Échale un vistazo a esto que escribí sobre el tema». El enlace, por supuesto, no llevaba a ningún lugar que albergara debates filosóficos, sino que emparentaba con todo aquello que el comentario no mencionaba: las citas, las cremas, las disfunciones eréctiles.
¿Qué tan desesperados están estos generadores de spam que vienen a cosechar a blogs supuestamente «sesudos»? Lo hacen, además, con el anzuelo del halago y de la admiración intelectual, algo que parece una tontería pero que, para mí, indica una sensibilidad particular. Igual que aquella vez en el 2000 en la que medio mundo picó en un correo con un tema tan simple como intrigante «ILoveYou«, el mensaje jugaba con un término medio entre la alabanza y la curiosidad, entre lo universal y lo íntimamente personal.
Pude pensar en algún momento que nada de eso tendría recorrido y que muy pocas personas serían capaces de caer en un engaño tan obvio. Fue mucho antes de poder experimentar la parte más gruesa del spam académico. En estos últimos años vinculado precaria intermitentemente a la enseñanza universitaria recibí cuatro o cinco propuestas para dirigir revistas o secciones de periódicos académicos. Si no estuviera avisado, me maravillaría que mi trabajo fuera conocido en ciudades del continente o del sudeste asiático e incluso podría llegar a pensar que era una oportunidad, no solo para mí, sino para la propia cultura gallega tener un portavoz desde Shanghái o Yakarta.
Las prácticas de las revistas depredadoras son algo conocido, hacen negocio cobrando a autores y autoras por las publicaciones de sus artículos, obviando, la mayoría de las veces, los procesos de revisión por pares y la buena praxis académica que rige las publicaciones vinculadas a la investigación. Aunque hay una gran voluntad de dificultar su proceso, las propias publicaciones académicas no depredadoras tienen problemas para reivindicarse ante estos negocios oscuros. Por ejemplo, las ofertas de Shanghái y Yakarta no mencionaban mis honorarios por el trabajo de gestión y edición, pero es cierto que las revistas acogidas por universidades «honestas» en las que colaboré, tampoco lo hicieron nunca e incluso es probable que fueran sus directorios los que pusieran mi correo en la pista de estos estafadores. Reivindicar el trabajo académico honesto es muy difícil cuando tus mismas instituciones jugaron tantas veces con la explotación («bien intencionada») de la buena voluntad del alumnado e incluso del profesorado dispuesto a colaborar.
Hace unos días recibía el correo que unificaba estas dos experiencias. El Arctic Journal de la Universidad de Calgary se ponía en contacto conmigo para pedirme, tras observar mi producción académica en la red, un artículo para su revista. Yo, que he publicado sobre la literatura gallega de posguerra, literatura queer y, últimamente, sobre ciencia ficción, no podía dejar de dar saltos de alegría. Me pregunto qué vieron en mí, especialmente viendo sus intereses en la cultura inuit y en las cuevas del Yukón, pero ya tengo una idea para el artículo que les voy a enviar. Adelanto la conclusión: en la investigación académica hace mucho, pero mucho frío.