23/01/2017 by marioregueira

Los mejores libros de 2016

Una vez que la mayor parte de las listas más o menos colaborativas han ido saliendo a la luz, quiero dejar, igual que el enero pasado, mi impresión del año literario en lengua gallega. Como ya dije, e imagino que seguiré diciendo en el futuro, esto es una lista mínima y completamente personal, que es la única forma que tengo de hacerla. De lo que leí (que fue mucho, pero tampoco fue todo), yo me quedaría con estos libros para resumir el 2016. Sobra decir que hay muchos otros excelentes, algunos capaces de disputarles el protagonismo a estos, simplemente yo comenzaría por ellos.

Cara ao leste, de Antía Nara (Xerais)

Para mí, una de las sorpresas literarias del año. El regreso a la narrativa de Antía Nara, con una novela de tesis, capaz de generar su propio suspense cenital apelando a un argumento tan de actualidad como liberado de los tópicos esencialistas con los que habitualmente es tratado. El genocidio silencioso que esquilma nuestro país de su juventud, el papel de las identidades subalternas en la realidad rural, la propiedad de la tierra o el futuro de una Europa post-soviética son temas que, por desgracia, no es habitual ver en la literatura gallega contemporánea. Y mucho menos tratados con esta maestría.

Suicidas, de Fran Cortegoso (Chan da Pólvora)

La pena más grande del año fue la muerte de un autor joven y prometedor, pero también ver como el relato de su final amenaza con reinterpretar una apuesta poética que debería ir mucho más allá y ser leída al margen de las leyendas y sus acasos. Suicidas no es un libro importante por haber salido días antes de que su autor falleciera, deberá ser un libro importante para nosostros por muchas otras cosas, entre ellas una apuesta lírica con una densidad no vista antes y una perspectiva ante la creación poética tan amplia que es imposible evitar el sentimiento de vértigo.

Novas do Exterior, de Xosé Luís Santos Cabanas (Axóuxere)

La crónica de Santos Cabanas conmueve por dos motivos: el primero y más evidente por la historia que narra, que parte de la detención de su hijo, Antom Santos y continua en los 63.000 kilómetros de viajes a la prisión del subtítulo, la parte más visible de un calvario judicial y penitenciario absolutamente kafkiano. En segundo lugar, porque el padre del prisionero es capaz, incluso así, de ofrecer un relato de calidad, con una cierta distancia que sin embargo no deja de denunciar los absurdos que rodearon el juicio, el castigo añadido de la dispersión y del régimen penitenciario, al tiempo que testimonia la solidaridad que le fue saliendo al paso.

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