La emergencia
Una de las primeras cosas que hace el personal médico cuando llega al lugar de un accidente es entretener a aquellas personas deseosas de ayudar. Para que los profesionales puedan atender sin interferencias a las personas heridas es indispensable mandar primero a aquella señora tan preocupada a la farmacia más próxima a por gasas o al chaval que hizo un curso de reanimación para que compruebe que el tráfico se desvía del lugar. Atender una emergencia supone también reubicar esas buenas voluntades.
Es una dinámica que me recuerda muchas veces al estado de la cultura gallega. Nuestra crisis, nuestra identidad amenazada, nuestra situación precaria, es una parte central e inherente a nuestro propio relato cultural. Somos un accidente, no en el sentido de un hecho fortuíto, sino en el de una situación de emergencia. Esto lleva aparejada una cierta sensación constante de urgencia que abre el camino a todo un árbol de ansiedades posibles.
La literatura gallega vivió siempre obsesionada por todos esos elementos que la podían habilitar como una literatura equiparable a otras de su propio contexto. Pérez-Barreiro Nolla cuenta en sus memorias como Ramón Pino era incapaz de entender la utilidad editorial de traducir y publicar más obras de Shakespeare que el MacBeth. “Shakespeare ya está”, decía, la cultura gallega es un conjunto de elementos a ser tachadaos, la de las grandes voces de la literatura universal es sólo una de sus listas.
Una de esas grandes ansiedades fue la del mercado. La tímida descentralización de la España posfranquista y la entrada del gallego en la enseñanza permiten por primera vez una proyección editorial que pueda aspirar la algo más que al resistencialismo de las décadas anteriores. La literatura gallega pasa a tener el deber de construir un mercado editorial para demostrar su equiparación con otras, para demostrar que nuestra emergencia no habla sólo de un accidente, sino también del acto de emerger.
Podríamos decir que el tema del mercado propio salió de forma poco óptima, por lo menos si juzgamos la persistencia de nuestra obsesión con el tema más de cuarenta años después. El mercado editorial gallego es una constante, una obsesión que se retroalimenta y trata de justificarse, sedimentando una noción de lo que debe ser normal, señalando furioso sus supuestos defectos y procurando responsables sin cesar. No lo sabemos, pero muchos de los indicios de nuestra supuesta anormalidad son enormemente frecuentes en otros contextos. Aun hace poco leía una queja sobre los críticos absurdamente benevolentes, empeñados en señalar cada novedad editorial como una verdadera obra maestra sin fisuras. La escribía George Orwell en los años 30 hablando del contexto británico, pero podríamos jugar a cambiar nombres y lugares para que sirviera a nuestro país. Lo que nunca cambiaremos es nuestra sensación de que todo lo extraño que nos ocurre no es más que un reflejo del defecto estructural que nunca superaremos. No nos engañemos, si se encontraran de frente con la tan ansiada “normalidad”, la mayoría de los actores del panorama cultural gallego no serían siquiera capaces de reconocerla.
Donde te ves en el canon? Le preguntaron una vez a Stephen King. “Entre los primeros del segundo rango, donde está hoy Somerset Maugham”. Casi nadie recuerda al que llegó a ser el autor mejor pagado del mundo, pero seguimos leyendo y debatiendo otros contemporáneos suyos que nunca vendieron tanto. Es probable que dentro de cien años pase lo mismo con Stephen King, él por lo menos así lo cree, y demuestra con eso tener una visión más lúcida de las dinámicas literarias de lo que acostumbra a ser común entre los escritores de best-sellers.
Debemos priorizar un mercado literario gallego guiado principalmente por valores capitalistas? La obsesión por una normalidad sin referente reconocible insiste en que sí, a pesar de que muchas de las personas que lo defienden saben (o deberían saber) que el valor de una obra literaria corre vías diferentes, e incluso contrarias, a las del beneficio capitalista. Por decirlo de forma sencilla: ni siquiera los mercados literarios de los países capitalistas se rigen por este principio, como podría demostrar la perspectiva de un autor como Stephen King. Pero ahí iremos nosotros, “normalizándonos”, como siempre, por encima de nuestras posibilidades.
Nada nuevo bajo el sol, no hace falta ser de los que pintan graffitis de Pierre Bourdieu en los muros para saber de estas cosas, en realidad estas posturas mercado-céntricas ni son nuevas, ni son específicas de nuestro contexto. Es bastante frecuente escucharlas entre personas con pocas o ninguna pista sobre como funcionan las dinámicas literarias. Lo preocupante es cuando vienen de personas con una supuesta formación e incluso con algún papel determinante en el mundo editorial gallego.
Y no pongo en entredicho las buenas intenciones de estas personas ni su preocupación ante nuestra crónica situación de emergencia. Sólo me pregunto si no será hora de encargarles que vayan a comprar gasas.