30/12/2018 by marioregueira

El orden del día

Como una herida que examinamos una y otra vez y que por eso mismo no acaba nunca de cerrar. La memoria del nazismo sigue dando vueltas por Europa arrastrando a su vida intelectual por las más diversas callejas, muchas de ellas sin salida. Lo cierto es que hay una fijación a la hora de explicar el mal que sobrevino entre los años treinta y cuarenta del pasado siglo y que solo pode entenderse en clave de superioridad moral. Lo que horroriza en los círculos intelectuales de nuestros días es que fueran europeos de una de las sociedades más desarrolladas de la época matando sistemáticamente a sus propios ciudadanos. Estas condiciones nunca se volvieron a repetir íntegramente, y parecería que el mundo ve aún como hechos mucho menos graves los genocidios organizados que sucedieron en Asia o África. Y con una complicidad espantosa que sus propios gobiernos participaran en los últimos años bombardeando lugares distantes como Libia o Irak. Para la memoria del nazismo se crearon explicaciones que a día de hoy aún se esgrimen en el debate intelectual: entre las más divertidas, aquellas que responsabilizan elementos como la propia cultura o el desarrollo técnico, aunque no se queda atrás el recurso a la banalidad del mal, que de alguna forma implica que cualquier funcionario gris puede transmutarse de la noche a la mañana en un genocida, pasando por alto el proceso político y social que produce esa misma oportunidad.

El orden del día de Éric Vuillard, lanzada hace unos meses por Tusquets en traducción al castellano de Javier Albiñana y en gallego por Kalandraka en traducción de Antía Veres, es una obra que sorprende por conseguir ofrecer un enfoque que resulta innovador, aunque no deje de volver por algunos de los viejos caminos trillados. El punto de partida del libro, el mismo que se destaca en las presentaciones editoriales, habla de como “las personas pasan, pero los grandes capitales perduran”. El encuentro de la alta jerarquía nazi con representantes empresariales alemanes de marcas aún presentes hoy en nuestro día a día como Opel, Siemens, Bayer o Allianz da inicio la una novela atípica, compuesta por estampas históricas de corte realista y con una trama principalmente expositiva que podría emparentarla con el género del documental histórico. Y a pesar de esto, es una lástima que Vuillard no responda completamente a ese punto de partida inicial de perseguir los hilos de los grandes capitales desde su apoyo al Partido Nazi hasta nuestros días y pase a ocuparse de otros episodios históricos que reducen este marco a poco más que una vistosa anécdota. La anexión de Austria, la política expansionista e intimidatoria de Hitler, o los trucos que en la política internacional que le permitieron mover los límites de una Europa incapaz de reaccionar, centran los principales temas de la novela.

Un recorrido que parece la enésima referencia a esos hombres de bien que no hacen nada y permiten que el mal triunfe, pasando por alto la gran responsabilidad de los gobiernos europeos que permitieron medrar al nazismo cómo estrategia de contención ante la amenaza soviética. No es la pasividad del canciller austríaco Kurt Schuschnigg delante de Hitler lo que condena a Europa, más que nada porque Schuschnigg no era otra cosa que el líder de una dictadura nacional-católica que solo se vio amenazada por Hitler por tener las fronteras demasiado cerca de Alemania. Un error de perspectiva que lastra una novela que incluso así consigue dejarnos reflexiones relevantes y muy pocas veces recordadas. Como ese colofón final en el que se nos dice que nunca tropezamos dos veces en el mismo abismo, pero que volveremos a caer en uno nuevo y será de la misma forma: con una mezcla de ridículo y pavor.

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