11/07/2017 by marioregueira

Oposiciones, santuarios y violencia

Muchachas de Georgia leyendo a Faulkner en el caluroso verano de 1971, Philip Bouchard (CC BY-NC-ND 2.0)

Leí Santuario con dieciséis o diecisiete años y posiblemente por eso no lo olvidaré nunca. Sin releerlo ni una sola vez, tengo vívida la memoria de su estilo, del ambiente rural opresivo y de la violencia que describe. Elementos que descubriría años después en la narrativa gallega de la posguerra, en nuestro caso articuladas para sortear la censura política y filtrar un mensaje que no podía hacerse de forma más evidente. Describir un universo denso, donde las personas se imponen unas a otras por la fuerza, y que se desliza hacia lo bizarro y lo marginal, produciendo una sensación de honda extrañeza en las personas lectoras, sirve para hacer un reflejo de la sociedad norteamericana de los años del crack. La estrategia también servía para representar, en líneas similares, la sociedad del franquismo, coincidente en mucho con ese retrato. En los dos casos había un poso de denuncia social indirecta, con un matiz necesario en el caso del Estado español, donde no había posibilidad alguna de formular una denuncia patente.

Me pregunto como es posible que, años después, una parte de la sociedad crítica de Galicia apoye las protestas por la elección de un texto de esta obra para las pruebas de las oposiciones. Soy consciente de que Faulkner pode representar una opción particularmente difícil, que trabajar con un hipotético alumnado sobre violencia y sexualidad también es un ejercicio complejo, y que seguro hay motivos suficientes para indignarse en un proceso de oposiciones que representa en sí incluso una pequeña tortura. Y sin embargo lo que indican la mayor parte de las protestas no es nada de eso, sino que el texto escogido describe un acto de violencia sexual.

No comparto la mayor parte de las críticas que se hicieron en este sentido, ni siquiera las de personas con las que habitualmente estoy de acuerdo. Así, comparto con Susana en la necesidad de mover las fronteras, de la misma forma que pienso que las nuevas fronteras no las construye la elección de un tribunal de oposiciones y que más responsabilidad tienen este tipo de reacciones en su futuro, que dejan una imagen más confusa que politizada, también en los caminos que las futuras autoras tienen que recorrer.
Rechazar un texto porque describe una violación, hablar de “deleite” en un acto descrito como forma de representar y denunciar una violencia social en la que las mujeres son las primeras víctimas, supone confundir narración con apología, algo que no se esperaría de personas responsables de la formación de otras. Y por supuesto más aún considerarlo parte del canon de la cultura de la violación, del que forma parte tanto como podrían hacerlo las violaciones que describen Margaret Atwood o Eduardo Blanco Amor, que probablemente no merecerían ni una mínima parte de estas reacciones.

Toda una vida de escrita para que te pongan mirando un parking – Visit Mississippi CC BY-ND 2.0

Lo sucedido no deja de recordarme ciertos fenómenos que acontecen en la enseñanza universitaria o en la literatura gallega. La rebaja del nivel educativo para ofrecerlo a gusto del consumidor, que pasa por evitar al alumnado cualquier tipo de frustración o conflicto de este tipo, por ejemplo, una tendencia a la alza en el contexto europeo. Pensar que pode haber supervivientes de la violencia sexual entre las personas examinadas es relevante, sin duda, pero también abre el camino a evitar otro tipo de textos a víctimas de otro tipo de violencias y experiencias traumáticas. También lleva a presuponer que una persona, por el hecho de ser superviviente de la violencia sexual, queda limitada a la hora de analizar los discursos que se realizan sobre ella, incluso cuando estos funcionan en su contra o destacan su papel en las relaciones de poder, colocándose fuera de las dinámicas habituales del patriarcado. Si algo hacemos desde la filología es estudiar discursos y sabemos (o deberíamos saber) como se construyen y que elementos emplean. Y sin duda, donde no hay conflicto, no hay discurso. No se puede hablar contra la violencia desde la literatura sin mencionar y describir la violencia. Se pueden, eso sí, hacer panfletos.
Esto me hace pensar también una línea preocupante dentro de la literatura gallega contemporánea. La necesidad de establecer discursos unívocos y maniqueos, donde las personas buenas son buenísimas e ideológicamente perfectas y las malas, malas de telenovela. Y donde cualquier alusión a la zona oscura del ser humano va acompañada de un pliego de descargo donde la voz autorial deja perfectamente claro que condena lo que allí (en general asepticamente) cuenta. Una forma de empobrecer el discurso y de renunciar a otras estrategias que no sean masticar minuciosamente al lectorado ideas justas. Tan justas que merecerían planteamientos literarios menos pobres que aquellos con las que habitualmente son tratados. Después vendrán las sorpresas y las dificultades para identificar el enemigo. Como me dijo una amiga mía, opositora de gallego, sobre este tema:

– Lo que me fastidia es que todo el mundo proteste por lo de Faulkner y nadie diga nada de que en gallego nos pusieron un poema de Noriega Varela. Eso sí que es violencia.

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