21/03/2017 by marioregueira

Pasolini y los autobuses

Pasolini ante la tumba de Gramsci. (Dominio Público)

Alguien había editado unas listas de objetivos de la extrema derecha italiana de los años setenta. O de la operación Gladio, que venía siendo lo mismo. Uno de mis amigos me lo comentaba en una cafetería de Barcelona. Lo que más le llamaba la atención es que entre los tres primeros nombres aparecía el de Pier Paolo Pasolini, como un objetivo prioritario, muy por encima de algunos líderes políticos comunistas. Que amenaza podía representar Pasolini? Un director de cine, un intelectual, un poeta que, como tantos poetas, probablemente ni sabía manejar armas.
Los procesos en los que se trama la represión siempre son elocuentes a respecto de las jerarquías del enemigo. Creo que Pasolini tenía muchos números para estar en la cúspide de los odios de la parte más conservadora de la sociedad italiana. Una persona capaz de representar el régimen pro-nazi de Saló como una comunidad sadomasoquista con delectación hacia la coprofagia. Es decir, que la burguesía italiana había obligado al pueblo a comer la mierda de un pacto con la Alemania de Hitler, y además obtenía un placer inconfesable al contemplarlos. Sin duda nadie atacó los responsables de la participación en la guerra con tanta saña y con un retrato tan crudo y directo. La propia vida del director, homosexual confeso, cristiano y militante comunista, era una permanente provocación y su muerte turbia y sospechosa, también lo fue. A manos de un menor de edad que se prostituía habitualmente con él, o asesinado por unos asaltantes misteriosos al grito de “cerdo comunista”, cualquiera de los dos desenlaces que se barajan encajaría perfectamente con su vida y con su proyecto artístico.
La gente que quería a Pasolini muerto no temía su papel en la organización de una revuelta comunista. Temía su sexualidad y, sobre todo, su discurso sobre eso. La forma en la que el autor los sacaba de su zona de confort haciendo que sus creencias ancestrales se tambalearan, y aún se atrevía a reivindicar para eso una espiritualiad cristiana auténtica acusándolos de hipócritas. Seguro que incluso así, Pier Paolo se sorprendería de saber que sus enemigos le tenían tanto temor como para querer que muriera entre los primeros.

Parte de la campaña de Chrysallis

Una sorpresa semejante debieron sentir en la asociación española Chrysallis al ver la enorme reacción que generó entre la extrema derecha una de sus campañas. Creada para apoyar a la infancia transexual, la tesis de la asociación fue tan sencilla como explicitar que puede haber niñas con pene y niños con vulva. Una sentencia tan simple como pedagógica, especialmente porque matiza la frase con la que a la mayoría de las personas les explicaron las diferencias anatómicas en algún momento de la infancia. Más allá de volver a explicar la teoría de género, diferenciando la identidad social de las características físicas y como no es obligatoria la correlación entre ambos campos, en Chrysallis fueron al mensaje más simple. Y seguro que fue esta simplicidad una de las razones de la campaña a la contra que sufrieron y aun sufren. Chrysallis no tuvo la necesidad de una obra provocadora para estar en el punto de mira de una parte de la sociedad del Estado español, pero las razones son muy similares a las que condenaban a Pasolini. No hay peor ataque al conservadurismo que impugnar su explicación del mundo, un mundo que pretenden natural y apolítico y al que estes remiendos evidencian como una estructura profundamente ideologizada hasta en los detalles más simples. Ni hay sólo dos géneros ni, de haberlos, estos se corresponderían inequivocamente con una genitalidad física concreta, defenderlo es una postura ideológica. Una postura ideológica conservadora, para ser más precisos y que naufraga buscando legitimaciones fuera de su propio corpus doctrinal (tal y como gente de la ciencia y de la biología les recuerda periodicamente).
La respuesta que los ultracatólicos y conservadores dieron con su flota de autobuses, apelando a una conspiración, deja en evidencia lo verdaderamente débil de su postura. Y aunque considero que cada quien tiene derecho a defender las perspectivas que estime pertinentes (que para eso son ideología), encuentro algo realmente mezquino en esta campaña en concreto. No solo por estar dirigida contra una de las minorías menos protegidas de la sociedad occidental e, indirectamente, contra las niñas y niños que se encuentran dentro de ella, sino también por el empleo demagógico y banal de conceptos como la libertad de expresión. Aunque sobre todo por ser un ataque contra algo que, incluso dentro de la tesis más ultra de estos intolerantes, correspondería principalmente a la vida personal de las personas y la libertad de construir su aspecto e identidad como quieran. Una vez más, la derecha católica explicándole a los demás cómo tienen que vivir y como se tienen que considerar, no sea que a ellos les falle el suelo que pisan con los pies. Pasolini, que sabía bien como acaban estas aventuras, no dudaría dónde situarlos.

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