18/03/2015 by marioregueira

Las vacaciones de la familia Liddell

Llandudno (se pronuncia algo semejante a “*Clandicno”) es uno de los puntos turísticos más relevantes del norte de Gales. La curva de su playa concentra, incluso en el invierno más crudo, hordas de niños y de bañistas temerarios, dispuestos a dejarse ilusionar por un rayo de sol. Los inmensos complejos hoteleros, algunos viejos, otros simplemente en ruinas, miran hacia el mar con recuerdos palpables de tiempos mejores, y tanto su paseo marítimo como su muelle están llenos de atracciones de feria y salones recreativos.

Hay algo de irreal en Llandudno, a lo mejor porque lo fácil es llegar en tren, por un camino de hierro que por momentos parece atravesar las aguas, o a lo mejor porque su ambiente de turismo improbable, poblado de familias y ancianos jubilados vagando entre atracciones antiguas, resulta incomprensible para quien llega de fuera. En el fondo, lo que más destaca de la pequeña ciudad es una extraña sensación de viva decadencia. Algo que no alude sólo al transcurrir de los años, sino que parece formar parte de su naturaleza desde hace mucho tiempo.

Es probable que a mediados del siglo XIX, cuando el matrimonio formado por Henry y Lorina Liddell decidió comprar una casa de campo para pasar sus vacaciones de verano allí, Llandudno tuviera ya algo de ese ambiente. Muy probablemente procediera de su reciente conversión de villa galesa en destino de vacaciones, algo que aún hoy puede rastrearse bien en su entorno. Henry y Lorina iban acompañados de sus muchos hijos e hijas, y muy poco imaginaron que el lugar exacto que habían escogido para veranear sería recordado más de un siglo después, y mucho menos que una de sus hijas pequeñas acabaría teniendo estatuas por la ciudad. Tampoco que se debatiría durante mucho tiempo si, en alguno de esos luminosos veranos de la década de los sesenta recibieron (o no) la visita de un viejo amigo de Oxford, el reverendo Dodgson.

Llandudno no fue otra cosa que el patio de verano de Alice Liddell, la niña para la que Lewis Carroll escribiría los dos libros de Alicia (Alicia en el País de las Maravillas y A través del espejo). Se desconoce si Carroll visitó sus amigos en alguna ocasión, aunque sí se encuentran referencias al lugar en sus cartas y parece ser que la morsa y el carpintero del segundo libro aluden a dos peñas con esos nombres populares en la costa de la ciudad. Si tenemos en cuenta que los dos personajes pasean por una playa, no es extraño pensar que algunas de las arenas de la costa de Llandudno acabaran pasando al otro lado del espejo.

Penmorfa - Llandudno

Penmorfa, la casa de los Liddell

Fuera cómo fuera, Llandudno acogió su protagonismo en la creación de una de las obras de referencia de la literatura universal de una forma ambivalente. Es cierto que la ciudad está repleta de estatuas con los personajes de Carroll, que proponen al viajero su propia persecución del conejo blanco por la geografía. Por otra parte, sin embargo, la vieja casa de los Liddell fue demolida sin muchas contemplaciones en el 2008 para crear una zona residencial, y en el mismo año fue cerrado el pequeño museo dedicado al universo de Alicia. La presencia del personaje en la ciudad parece caminar en el estrecho hilo de las relaciones literarias apócrifas, demasiado leve y demasiado abierta a debate, a lo mejor sólo apreciable para personas que sean  alícicas impenitentes. Por otro lado, es probable que también exista el temor sensato de acabar construyendo un macrocomplejo turístico que acabe por derrumbar el precario equilibrio de la zona.

En cualquier caso, no tengo ninguna duda de que, más allá de las referencias evidentes, existe una relación innegable entre la ciudad y los mundos irreales de Lewis Carroll. Puede ser que proceda de una vieja inspiración literaria o que sea producto de una contaminación posterior padecida por la propia ciudad, pero la extrañeza que sorprende al viajero por sus calles y paseos es una de esas experiencias que van más allá del simple turismo.

Alice

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